El pecado de los hijos de Elí
La historia del sacerdocio de Elí y el mal ejemplo de sus hijos está recogida en los primeros capítulos del primer libro de Samuel 2:12-4:22. Sin hacer un estudio exhaustivo, sí quiero resaltar varios aspectos de este episodio que me parecen relevantes. Se dice que los hijos de Elí eran impíos, y no tenían conocimiento del Señor (2:12). ¿En qué consistía su pecado? En que siendo los hijos del sumo sacerdote aprovechaban su condición de privilegio para sacar beneficio propio. Se estaban enriqueciendo y lucrando de manera impía, por el mal uso de su posición como hijos del sacerdote principal, y usando la piedad como fuente de ganancia. Todo ello mostraba su ignorancia en el conocimiento de Dios, vivían sin temor de Dios, y provocaban el menosprecio de los hombres hacia las ofrendas (2:17). Estaban deshonrando a su padre y por supuesto al Dios de Israel ante el pueblo.
Esta actitud fue muy desagradable a los ojos del Señor que decidió desecharlos del sacerdocio y escoger a Samuel. Además se beneficiaban de su situación ejerciendo dominio sobre las mujeres que acudían al lugar del sacrificio consiguiendo favores sexuales acostándose con ellas (2:22). Hacían pecar al pueblo de Israel con su mal ejemplo (2:24). En todo esto ¿cuál fue la actitud que tomó el padre, el sacerdote Elí? Los corrigió levemente, era consciente de su mal ejemplo y las consecuencias nefastas que acarrearían sobre ellos mismos y el pueblo del Señor. Pero no fue lo suficientemente firme para poner fin al pecado de sus hijos, por ello Dios le reprendió.
Es muy importante entender que Dios pidió responsabilidad al padre del comportamiento de los hijos. No fue suficiente saber que eran mayores de edad. Elí tenía la obligación de corregir lo deficiente en ellos y mantener el sacerdocio limpio de iniquidad. La palabra del Señor llegó a través de un varón de Dios para reprender al padre (2:27-36). Le dijo: has honrado a tus hijos más que a mí… yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco… me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma… (2:29, 30,35). Más adelante el Señor habló al joven Samuel sobre su decisión en cuanto a la familia de Elí. Lo que me parece más relevante para nuestro tema fueron estas palabras: Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado (3:13). La ligera corrección de Elí a sus hijos no fue suficiente para Dios, especialmente porque su conducta no cambió, y Elí permitió que se mantuviera la iniquidad.
A veces los padres nos excusamos con el argumento de que ya le hemos dicho a nuestros hijos que no hagan lo que sabemos está mal; pero no es suficiente decirlo, la corrección tiene que alcanzar a un cambio de actitud. A menudo decimos a nuestros hijos cuando son pequeños que dejen de hacer alguna cosa, pero lo hacemos de tal forma, —sin convicción—, que ellos mismos captan nuestra falta de firmeza y no tienen suficiente fortaleza para mover su voluntad. Podemos acostumbrarnos a repetirles palabras sin que supervisemos su obediencia, que acabamos creyendo que por haberlo dicho es suficiente y nuestras conciencias se calman. Pero eso no basta, hay que esperar que nuestras palabras tengan consecuencias y sean obedecidas, de lo contrario estamos hablando al aire y enviamos un mensaje a nuestros hijos de que hablamos por hablar, echamos la bronca y ya está. Con ello adquieren la costumbre de esperar a que sus padres olviden el asunto para seguir haciendo lo mismo.
Este engaño también opera en nosotros mismos como padres, nos hace creer que estamos haciendo lo que debemos pero no recibimos ningún resultado. En el caso de los hijos de Elí las consecuencias fueron funestas y dramáticas. Israel fue vencido delante de los filisteos… el arca de Dios fue tomada… (4:2, 10, 11). Elí y sus hijos murieron el mismo día. La mujer de uno de los hijos, Finees, que estaba encinta, al oír lo que había pasado con el arca y que su esposo y suegro habían muerto, se puso de parto, dio a luz un hijo pero ella misma perdió la vida. Su hijo fue llamado Icabod, sin gloria (4:18-22). Todos estos acontecimientos tuvieron su origen en la pasividad e indolencia de un padre por no corregir lo suficiente a sus hijos. Por tanto el tema de la educación de nuestros hijos es algo serio.
¿Cuántas familias están rotas hoy porque sus hijos no han sido estorbados por sus padres en el momento oportuno? Han sido flojos, indiferentes o permisivos en la educación; los han dejado en manos de la televisión, los colegios, los amigos, y cuando han reaccionado los chicos estaban metidos en la droga, en el alcohol, en una vida sexual promiscua y los padres sin saberlo. Despertar de este sueño es algo terrible. Claro que en ocasiones hacemos todo lo posible por proteger a nuestros hijos y ejercemos un control tan hechicero que provocamos el efecto contrario: se sienten tan oprimidos que están deseando alejarse de nuestro control y desenfrenarse como efecto pendular a nuestra represión contraproducente.
Todos los extremos son perjudiciales. No es fácil encontrar el camino equilibrado en esta responsabilidad, pero nunca debemos soltar a nuestros hijos de tal manera que queden a merced de las corrientes del siglo. Debemos estar cerca sin agobios; supervisarles y atender a las señales de sus estados de ánimo; sin oprimirles ni mantener una actitud de desconfianza continua. Y cuando sabemos que es la hora de pararles frente a nosotros y confrontarles con sus errores, hacerlo con la firmeza y ternura necesarias hasta conseguir los resultados deseables.
En estos tiempos no podemos estar ausentes, ni ser pasivos, ni flojos, ni cobardes, especialmente si es la etapa de la adolescencia. Necesitarán nuestro apoyo, que les oigamos, que sientan que estamos con ellos y que les amamos a pesar de las restricciones que debamos aplicar. Nunca son medidas populares en sus orígenes, pero a la larga darán fruto de justicia. Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados (Hebreos 12:11).
Muchos padres quieren caer bien a sus hijos en la adolescencia, ser sus colegas, comprender todos sus excesos y permitir todo aquello que reclaman los chicos como si en ello les fuera la vida. Pero debemos mostrar madurez para soportar la impopularidad e incomprensión momentánea. Aplicar disciplina es tan costoso o más que recibirla. Si podemos evitar su aplicación escapáremos de ella como de la lepra. No queremos entrar en discusiones continuas con nuestros hijos; nos cansamos nosotros antes de corregir que ellos de aceptar la corrección. Si enviamos este mensaje un par de veces, nuestros hijos, que suelen ser muy espabilados en esto, sabrán que con un poco de resistencia y malos humos conseguirán imponer su voluntad; harán rodeos, si es necesario, acudiendo a la comprensión de la madre para romper la resistencia del padre o viceversa.
Todas las cosas tienen su origen. Vamos a pararnos ahora en los consejos que aparecen en el libro de Proverbios para evitar muchos de los errores que cuando nuestros hijos son mayores ya no tienen fácil solución.
Próxima entrega: La educación en Proverbios: determinación para corregir