Hombres impíos – Practican el pecado
El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1 Juan 3:8).
La primera carta del apóstol Juan es una exposición inequívoca de la diferencia entre el justo y el impío, la simiente de Dios y la simiente del diablo, la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, con los resultados que se derivan de ello. El que ha nacido de Dios no practica el pecado, pero el que mantiene la naturaleza pecaminosa y carnal, aunque conserve el ritual de un sistema religioso, de cualquier religión, sigue pecando voluntariamente.
La naturaleza de cada árbol, enseña el Maestro, produce los frutos propios que le acompañan. El que ha pasado de muerte a vida aborrece el pecado; ha comprendido que la maldad del hombre caído fue lo que llevó al Hijo de Dios a la cruz para hacer expiación, por tanto, comienza una nueva vida de alejamiento del pecado y todas sus prácticas. La nueva naturaleza que anida ahora en él produce frutos de justicia.
El apóstol de los gentiles lo expresa así: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna (Romanos 6:22). Es una farsa pretender ser cristiano y seguir practicando el pecado. Simón el mago creyó lo que decía Felipe, se bautizó y estaba siempre a su lado, pero su corazón no había sido regenerado; el apóstol Pedro dijo de él que estaba en hiel y amargura. Seguía amando su vieja vida de magia y ocultismo.
Los que practican las obras de la carne expuestas en la carta a los Gálatas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5:19-21). El hombre no regenerado del que habla Pablo en Romanos 1 practica las cosas que son dignas de muerte, y no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican (Romanos 1:32). Y el autor de la epístola a los Hebreos no admite duda en su exposición: Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios (Hebreos 10:26,27).
Recuerda, hablamos de aquellos que practican el pecado, no de quienes ocasionalmente son vencidos de forma temporal por el mal, y redargüidos por el Espíritu Santo vienen a la cruz confesando sus transgresiones para ser limpiados en la sangre del Justo. Estos son de Dios.
Quienes practican el pecado y pretenden mantener una vida religiosa se engañan a sí mismos. Su naturaleza sigue mostrando ser hijos de condenación.