Nota: Este artículo lo escribí hace ahora casi doce años como base de una predicación. He mantenido el texto en su versión original, sin cambios, por ello al releerlo encuentro algunas de mis carencias de sintaxis, aunque el contenido lo subscribo tal cual, con las adaptaciones que cada uno considere oportunas.
LA HERENCIA DE NUESTROS PADRES
(El conflicto generacional)
VIRGILIO ZABALLOS, 30-Octubre-2010
Antes de comenzar con el tema propiamente dicho, quiero dejar algunas premisas básicas, lo que la Biblia nos enseña de manera sucinta en relación a la responsabilidad con nuestros hijos. Algunos conceptos básicos:
- Los hijos son herencia del Señor, una bendición, no una carga económica (Sal, 127:3-5).
- Nuestro amor a los hijos se manifiesta en instruirles y corregirles correctamente en los caminos del Señor (Pr.22:6) (Dt.6:4-9).
- No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor (Ef.6:4). Ejemplo de lo que no debe hacerse es la actitud de Eli con sus hijos (1 Samuel, 3:13).
- Y vosotros hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra (Ef.6:1-3).
Dicho esto os introduzco en lo que quiero compartir con vosotros.
INTRODUCCIÓN
¿Cómo transmitimos la fe a nuestros hijos? ¿Cómo abordamos el desafío de los hijos rebeldes, desobedientes y contumaces? ¿Qué postura tomar como padres responsables, amantes y firmes ante los desafíos que presentan las diversas etapas de la vida de nuestros vástagos. Debemos recordar que somos padres, pero también somos hijos en dos vertientes: la natural y la espiritual. Dios también es nuestro Padre.
Veremos diversas piezas de este puzle sin agotar el tema, pero con verdades básicas para encarar el desafío de ser padres en esta generación, y transmitir la fe a nuestros hijos de la mejor manera posible.
TEXTO: 1 Pedro, 1:13-25
Leamos todo el texto para situarnos en el contexto y hacer énfasis en los versículos 18 y 19. Haciendo un breve recorrido de estos versículos podemos ver lo siguiente: En primer lugar se apela a vivir en la expectativa de la gracia que traerá Jesús cuando sea manifestado, es decir, una perspectiva de la eternidad, sin perder de vista que somos peregrinos en la tierra, donde debemos vivir en santidad, como hijos obedientes, sin conformarnos a los deseos que antes teníamos cuando vivíamos en nuestra ignorancia, por causa de la incredulidad, (acordarse de lo que dijimos en el tema anterior cuando vimos los textos de Hechos, 17:30-31 y 1 Tim.1:13), sino vivir según la naturaleza de nuestro Padre, en santidad. Como hijos debemos manifestar la naturaleza del Padre (Ef.4:22-24). Este es el fundamento también para nosotros como padres, mostrar la naturaleza renacida por la palabra de Dios a nuestros hijos (1Pedro, 1:22-25).
Pero ahora quiero pararme en los versículos de 1P.1:18-20, veamos la progresión que encontramos aquí.
“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”.
- SABIENDO. Este saber viene por revelación, es la revelación de la redención. Si no estamos conscientes de lo que ha ocurrido en nuestras vidas mediante la obra de Jesús no tendremos la identidad de redimidos.
- REDIMIDOS. ¿Qué debemos saber? Que hemos sido redimidos, rescatados, sacados de la cárcel de pecado, la cárcel de la muerte eterna y el juicio de Dios. Vivíamos bajo la ira de Dios, nuestro destino era la condenación eterna, el lago de fuego y azufre que ha sido preparado para Satanás y sus ángeles, así como todos los que no están inscritos en el libro de la vida, es decir, los que no han sido redimidos por la sangre de Jesús (Apc.19:20; 20:10,14,15 y 21:8).
- LA VANA MANERA DE VIVIR HEREDADA DE NUESTROS PADRES. Aquí podemos hablar de diversos tipos de herencia, aunque en primer lugar se habla de la vanidad de esta vida natural que hemos recibido de nuestros padres, las costumbres, las manías, los defectos de carácter, los ciclos de la vida como círculos viciosos que no satisfacen la eternidad que Dios ha puesto en nuestros corazones. Centrados en lo material y terrenal, que tiene su importancia temporal, pero está destinado para el fuego, por tanto es correr detrás del viento. Como dijo el salmista, “su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus moradas por todas las generaciones; a sus tierras han dado nombres. Mas el hombre en su vanagloria, no permanecerá; es como las bestias que perecen”. (Salmo, 49:10-12).
Aparte de lo dicho podemos centrarnos en tres tipos de herencia que hemos recibido de nuestros padres:
Una herencia genética. (El cuerpo). Hemos heredado el color de los ojos, la caída del cabello, algunas enfermedades y ciertas habilidades naturales para algunos oficios o labores.
Una herencia de carácter. (El alma) Es increíble como llegamos a parecernos en algunas cosas a alguno de nuestros progenitores, en sentido positivo y en sentido negativo. Se hace evidente con tal fuerza que nos cuesta luchar contra esa herencia y mantenemos ciertas formas de carácter a lo largo de nuestras vidas idénticas a las de nuestros padres o abuelos. A menudo como padres pronunciamos y agravamos el defecto del hijo haciendo notar que es igualito que su madre. Eso sí, cuando vemos alguna virtud enfatizamos su semejanza con nosotros mismos.
Una herencia espiritual. (El espíritu). Esta es sin duda la peor herencia que hemos recibido, porque esta herencia tiene que ver con el pecado heredado de nuestros padres, y ahondando más aún, la herencia de la naturaleza de Satanás. La Biblia nos enseña que el pecado entró en el mundo por un hombre (Rom.5:12 ss.), y por el pecado la muerte, que en esencia es la separación de Dios. Pero además, cuando el hombre pecó aceptando los argumentos de Satanás en Edén, recibió la naturaleza del mismo Lucifer, el ángel que ya había caído anteriormente. Recordemos lo que Jesús les dice a algunos judíos que querían justificarse con el argumento de ser hijos de Abraham, de la simiente santa y apartada por Dios.
Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios (Juan, 8:39-47) (Ef.2:1-3).
Palabras durísimas si quieres pero sin exageración. Acordémonos del dicho famoso: “De tal palo, tal astilla; y de tal padre, tal hijo”. Nosotros hemos recibido en nuestro hombre caído la naturaleza del diablo y solo la sangre de Jesús puede redimirnos de esa losa insoportable.
4. REDIMIDOS POR LA SANGRE DE JESUS. Por eso es tan esencial y trascendente en la Historia de la Humanidad la redención de Jesús en la cruz del Calvario. Su sangre no solo nos limpia del pecado, sino que engendra en nosotros una nueva naturaleza y nos aparta de la vieja y vana manera de vivir heredada de nuestros padres. Nos hace una nueva creación, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Esto no quiere decir que abandonemos a nuestros padres o les culpemos por la herencia recibida, si no que los amamos más porque hicieron lo que pudieron para disciplinarnos según les pareció mejor hacerlo (Heb.12:9-11).
La sangre de Jesús traza una nueva línea genealógica, levanta un nuevo linaje, la simiente de Dios, su naturaleza, es engendrada en nosotros; por tanto, hay un nuevo comienzo y por la fe del Nuevo Pacto podemos anular todas las demás herencias acumuladas en Adán y en nuestros padres. Podemos vivir por encima de la vanidad y entrar en las palabras de vida eterna. Podemos vivir sin pecar y si pecamos la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. No para vivir en la práctica del pecado, ni pecar para que la gracia abunde, no nos engañemos, todo lo que el hombre siembra eso siega. Pero hay una fuente de vida y salud en la sangre de Jesús para poder vencer.
Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apc.12:10-11).
LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL
Hay otro aspecto importante que tenemos que tener en cuenta cuando hablamos de la educación de nuestros hijos. Está claro que podemos educarlos correctamente y a pesar de ello tener experiencias amargas con hijos desobedientes, contumaces o rebeldes que pueden atormentar nuestra vida. Las Escrituras nos hablan claramente de nuestra responsabilidad individual, cada uno morirá por su pecado, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo. Esta verdad hay que situarla en el Nuevo Pacto, porque en las leyes dadas a Moisés en el Sinaí se decía que Dios visita el pecado de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación.
“… Porque yo soy el Señor, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Ex.20:5) (Nm. 14:18) (Dt.5:9,10) (1Rey.21:29).
Sin embargo, en el Nuevo Pacto, cada uno, individualmente, dará cuenta de sí y recibirá las consecuencias de su propio pecado. “En aquellos días (el tiempo del Nuevo Pacto) no dirán más: Los padres comieron uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen dentera; sino que cada cual por su propia iniquidad morirá, los dientes de todo hombre que coma uvas agrias tendrán dentera” (Jer.31:29,30).
Este pasaje aparece en relación al tema del Nuevo Pacto. Sigue leyendo y encontrarás en el versículo 33 y 34 que… “Pondré mi ley dentro de ellos… Pues perdonaré su maldad, y no recordaré mas su pecado”. Debemos comprender que vivimos bajo las promesas del Nuevo Pacto por la sangre de Jesús; la redención final que obtuvo en el Gólgota para salvarnos por completo. La nueva línea genealógica que tenemos en el Mesías nos libra de los pecados de nuestros padres. El Nuevo Pacto está establecido sobre mejores promesas, dice el autor de Hebreos. Por tanto, tenemos que saber que hemos sido redimidos de la vana manera de vivir, heredada de los padres, con la sangre preciosa de Jesús, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación.
Merece la pena leer en toda su amplitud el texto de Ezequiel que amplia lo que hemos dicho y especifica claramente la responsabilidad individual de cada uno de nosotros ante Dios, al margen del comportamiento de nuestros hijos. Léelo en Ezequiel, 18:1-20
De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (Rom.14:12).
LA SEGUNDA GENERACION DE CREYENTES
Tanto en las Escrituras como en la Historia de la iglesia encontramos la diferencia entre una primera generación de creyentes, pioneros, que abren camino con mucho tesón, esfuerzo y entrega, para dar paso a una segunda generación de creyentes que se encuentran con buena parte del trabajo hecho y se relajan en su comportamiento para dar lugar a la influencia del sistema de este siglo y ser contaminados en gran medida apartándose de la firmeza de la fe de sus padres.
Esto lo vemos con toda claridad en la generación de Josué que conquistó la tierra de Canaán, para dar lugar a una segunda generación que se dejó invadir por las costumbres de las naciones vecinas y les fue motivo de alejarse de la voluntad de Dios y caer en la asimilación y el juicio de Dios.
Lo vemos también en la generación del rey David, una generación de luchadores y guerreros que ganaron muchas batallas y se extendieron en la heredad de Dios, para dar paso a la generación de Salomón con un tiempo de paz que acabó relajándoles tanto que en sus últimos días dieron lugar a la idolatría, el despilfarro, los impuestos abusivos, etc.
En la vida de las familias de creyentes lo vemos a menudo también. Los padres que se convierten al evangelio con un cambio de vida manifiesto, que educan a sus hijos en los principios del reino de Dios, pero que muchos de ellos acaban siendo faltos de firmeza en la fe y se dejan contaminar por todas las influencias de este mundo contrario a la cosmovisión de las Escrituras. Abandonan las disciplinas de la oración y el estudio de la verdad, se adaptan a los entretenimientos mundanos mezclados con las actividades de la iglesia para dar lugar a una gran debilidad en la fe.
En este asunto debemos ser honestos y decir también que gran parte de los fundamentos de esa futura debilidad aparecen ya en los últimos tiempos de la generación de los padres. En el caso de la generación de Josué dejaron muchos enemigos alrededor de ellos sin expulsar que pronto se levantaron para oprimirles. Las generaciones no se pueden dividir con total exactitud puesto que siempre se mezclan y hay un proceso de continuidad, pero sí observamos una constante que se repite a menudo: padres firmes, hijos flojos. Cada generación tiene que encontrar su lugar en la batalla que hay que librar siempre en la fe.
También es importante decir que los hijos pueden y deben heredar la fe de sus padres como algo natural vivido en casa. Aunque los hijos no puedan especificar el momento exacto de su conversión porque siempre han convivido con la fe. Las Escrituras y la congregación han formado parte habitual de su desarrollo de manera cotidiana y no han tenido ocasión para una ruptura evidente, un antes y un después, si no que viven la fe de sus padres de forma natural, asimilan sus contenidos y heredan la fe que llega a ser suya por propia convicción y aceptación, aunque no puedan dar un testimonio tan dramático como el de los drogadictos o delincuentes. Sin embargo, comprenden su necesidad de redención por la obra de Jesús y pasa a ser parte de ellos como un proceso gradual pero evidente.
Recuerda que Pablo habló de la fe de Timoteo como una fe que había habitado en su abuela Loida y en su madre Eunice y dijo, estoy seguro que en ti también (2 Tim.1:3-5). Aquí tenemos tres generaciones de creyentes con una misma fe. Timoteo la había heredado de su madre y su abuela. Lo único que el apóstol tuvo que decir al respecto es que la avivara, que avivara el fuego del don de Dios (la fe, Ef.2:8) que estaba en él y que el ministerio carismático de Pablo había liberado en una nueva dimensión en su vida, pero era la fe sus padres (2 Tim.1:6).
Por otro lado, ¿quién puede decir con exactitud cuando nació de nuevo? En ocasiones podemos hablar de un proceso que nos condujo a ciertos momentos especiales donde Dios obró en nuestros corazones, pero no podemos determinar con exactitud el momento cuando nacemos, solo Dios lo sabe, nosotros vivimos sus resultados. Tenemos a veces ciertos moldes religiosos o métodos para decir que una persona es salva cuando levanta su mano en un culto o recita una oración, sin embargo, en muchas ocasiones esos momentos no tienen nada que ver con nuestra conversión real, si no con los sistemas que aplicamos de forma mecánica. La vida de Dios no es mecánica, ni se produce por el deseo de un predicador fogoso o atrevido, sino en el silencio del corazón del hombre ante su Dios. El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido; pero no sabes de donde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu (Jn.3:8).
SOLUCIONES
Para concretar algunas soluciones al desafío que representa transmitir la fe a nuestros hijos diremos lo siguiente.
- El amor cubre… (1P.4:8). Nuestra salvación tiene su base en el amor de Dios (Jn.3:16). Lo que nos ha cautivado y rendido es la manifestación de Su amor, que siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom.5:8). El amor del padre hacia el hijo pródigo es conmovedor y restaurador a pesar de los defectos y el individualismo del hijo. Debemos recordar que como padres el amor hacia nuestros hijos es la mejor predicación, y ese amor se puede manifestar diariamente de muchas formas. El amor es eterno y alcanzará a nuestros hijos aunque durante algún tiempo no entiendan ni manifiesten reciprocidad a ese amor y abnegación de los padres. El amor tiene que ver con decirles la verdad, no con milongas sentimentales que producen debilidad y consentimiento.
- La palabra de verdad (Jn.8:31-32). Jesús dijo a sus discípulos que si permanecían en su palabra, serian verdaderamente sus discípulos, y conocerían la verdad y la verdad les haría libres. El Maestro les había dado la palabra del Padre, nosotros debemos darle a nuestros hijos la palabra de verdad que hemos recibido de Dios. Debemos enseñarla con el ejemplo y de viva voz, dedicando tiempo a la enseñanza en casa y poniendo a su disposición oportunidades para su formación a través de otros hermanos del Cuerpo de Cristo. Después los discípulos la recibieron. Nuestros hijos deben recibirla también para que sea parte de ellos y esa verdad les haga libres en un mundo de vanidad y pecado.
- Deben nacer de nuevo (Jn.3:1-7). Si realmente han recibido la palabra de Dios en sus corazones, el evangelio de nuestra salvación, han nacido de nuevo, porque es la palabra la que engendra en nosotros la vida de Dios. El texto de 1Pedro que hemos estudiado ampliamente termina con estas palabras: “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”.
4. No os conforméis a este siglo (Ro.12:2). Mientras vivan en nuestra casa los hijos deben andar según la enseñanza de los padres, no según las costumbres del sistema de este mundo. Hoy está de moda, por ejemplo, que cuando los hijos tienen novia van a dormir a casa de los padres y hacerlo en la misma habitación, es decir, a fornicar ante la indolencia y conformismo de los padres. Debemos impedirlo, lo contrario que hizo Eli con sus hijos, no les estorbó cuando eran causa de pecado para el pueblo y fue reprendido por Dios a través del joven Samuel (1 Sam. 2 y 3). Otra práctica moderna son las parejas de hecho, vivir juntos sin estar casados y esto con la aprobación o consentimiento de los padres, ni siquiera los hemos estorbado. De esta forma normalizamos la fornicación en la sociedad. No debemos conformarnos al esquema de este mundo…
CONCLUSIONES
El dilema y desafío de la educación o transmisión de la fe a nuestros hijos es una combinación de todo lo que hemos visto aquí, y mucho más que podemos decir, pero creo que lo mencionado es suficiente para tener una resolución y determinación en comprender nuestra responsabilidad como padres y ver en su justa medida la responsabilidad individual de nuestros hijos.
Nuestras vidas restauradas deben alcanzar también a una restauración y reconciliación con nuestros hijos cuando sea necesario. Siempre hay esperanza para reparar algo del tiempo perdido.
Vivimos tiempos peligrosos (2 Tim.3:1 ss) y una de las manifestaciones de esos tiempos es la desobediencia generalizada de los hijos, la ingratitud, vidas sin afecto natural. El profeta Malaquías nos habla de un tiempo también cuando Dios hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres (Mal.4:6).