LOS EVANGELIOS – Las buenas obras le glorifican (3)
Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios (Lucas 1:64).
Zacarías glorificó a Dios una vez que nació su hijo Juan, después de haber quedado mudo por titubear del llamado del ángel cuando había estado oficiando los servicios del templo. Al nacer el precursor del Mesías su padre no podía hablar aún por la mudez de su boca, pero pudo escribir en una tablilla el nombre que debían ponerle. Como ha dicho maravillosamente un comentarista de este texto: Cuando los ministros de Dios se hallan por alguna causa impedidos de hablar, pueden todavía hacer mucho bien si pueden escribir. El padre de Juan el Bautista lo hizo y ese ha sido mi privilegio en muchos momentos de mi vida ministerial.
Los ángeles glorificaron a Dios el día cuando el Mesías nació en Belén. Al ángel que apareció a los pastores se le unió una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Todo el cielo se estaba movilizando tras la obediencia de aquella joven israelita que había dicho: Hágase. Una explosión de alabanza y gloria se extendió por cielo y tierra.
También llegó a los pastores que guardaban sus rebaños en las vigilias de la noche, una vez que vieron al niño con su madre en aquel humilde establo. Los pastores volvieron a sus quehaceres cotidianos, y lo hicieron glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho. En medio de toda aquella explosión de júbilo, gratitud y alabanza, María guardaba todas aquellas cosas, meditándolas en su corazón (Lc.2:19). La salvación es de Dios y la desarrolla mediante los vasos escogidos que se le ofrecen voluntariamente, comenzando por el Hijo al decir: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. En esa voluntad somos santificados. Y en la de tantos testigos que nos han precedido somos confirmados en la fe. Hemos visto que María, Zacarías, los ángeles y los pastores glorificaron a Dios, nos falta una anciana y viuda:
Ana. Esta mujer en la antesala de la eternidad tuvo también un protagonismo tan silencioso como eficaz. Toda su vida fue un servicio a Dios desde su viudez. Para que digan que los ancianos son inservibles y hay que apartarlos del flujo de la sociedad. Ana se presentó en la misma hora que tenían lugar los sucesos más trascendentales de la historia de la humanidad para dar gracias a Dios, y hablar del niño a todos los que esperaban la redención en Israel (Lc.2:38). Gratitud, alabanza y proclamación. La tierra y el cielo en plena colaboración. La eternidad y nuestra temporalidad dándose la mano en una simbiosis tan misteriosa como certera. Alabado sea Dios.
Zacarías, los ángeles, pastores y Ana glorificaron a Dios con sus obras.