LOS EVANGELIOS – Las buenas obras le glorifican (5)
Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano (Lucas 17:15,16).
Todos solemos tener personajes preferidos, reacciones que nos duelen o actitudes que nos atrapan y doblegan la dureza de nuestro corazón. Existen comportamientos humanos que hacen la vida más fácil, y otros que la complican y endurecen sin medida. Uno de mis personajes preferidos en los evangelios es el samaritano de nuestro texto. Es anónimo. No tiene perfil en las redes sociales. Ni siquiera conocemos su nombre pero quedamos estupefactos por la reacción de su comportamiento ante las obras de Jesús.
Ser leproso nunca es agradable, tampoco en las variantes modernas de rechazo, bullying, o apestado por ser políticamente incorrecto. Nuestro hombre lo era. Apartado de la sociedad, marginado a su pesar, pero cuando encontró a Jesús la gratitud que emanó de él nos impresiona. Aunque esa bella actitud quedó eclipsada por el comportamiento ingrato de los otros nueve leprosos. Los diez hombres vinieron a Jesús, los diez clamaron por la misma oración desde lo hondo de su corazón, los diez recibieron la bendición de Dios en forma de salud y recuperación de su vida, pero uno solo (¡sólo uno!) regresó para dar gracias. El porcentaje es demoledor.
Solo el diez por ciento muestra gratitud ante los beneficios de la bondad y misericordia de Dios. Pero nuestro hombre se elevó por encima de las estadísticas para mostrarnos un ejemplo de gratitud y alabanza que nunca —¡nunca!— deberíamos olvidar. Y era samaritano. Tenía una doctrina descabalgada. Cometía errores doctrinales, sin embargo, era agradecido. Jesús concluyó con este comentario: ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado. Observa: salvado sin la doctrina perfecta.
Y poco después nos encontramos con otra persona apestada de la sociedad, en este caso, con buenas razones, se lo había ganado a pulso. Era jefe de los recaudadores de impuestos, pero además robaba descaradamente enriqueciéndose a costa del esfuerzo de las gentes más humildes. Zaqueo oyó de Jesús, y sabiendo que estaba cerca, hizo lo posible por verle, no por curiosidad o para criticarle, lo que había oído de él le impresionaba. Jesús se invitó a su casa. Zaqueo, estupefacto, supo que era su momento. Mientras los demás le criticaban y juzgaban a Jesús por entrar en su hogar, él se levantó diciendo: la mitad de mis bienes doy a los pobres y devuelvo cuatro veces lo que he defraudado. Hoy había venido la salvación a esta casa con arrepentimiento y gratitud.
La gratitud hermosea nuestras obras y les da un sabor especial.