INGRATITUD – Idolatría y juicio (2)
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad… (Romanos 1:18).
Queremos detenernos ahora en la meditación del texto de Romanos 1:18-32. Iremos viendo su desarrollo observando algunos rasgos típicos de la sociedad actual. Creo personalmente que la decadencia que vivimos en el Viejo Occidente Cristiano se debe en gran parte a lo que el mensaje de este texto anuncia. Lo primero que encontramos es la ira de Dios. Un concepto muy alejado del pensamiento moderno, incluso de algunas denominaciones cristianas por impopular o controversial. Sin embargo, la Biblia que decimos creer y predicar está llena de esta verdad inamovible. La ira de Dios no es un arrebato al estilo de ciertos comportamientos humanos clásicos, sino que su manifestación viene como consecuencia de la transgresión de la ley, las leyes que han sido establecidas por el Creador de todas las cosas desde el origen de la creación.
La ira de Dios no es una reacción descontrolada de su naturaleza, sino el resultado de la culminación de un proceso en el que su paciencia y misericordia se ha colmado. Es la consecuencia de la impiedad de sus criaturas que detienen injustamente la manifestación de la verdad establecida en el orden creacional de Dios. Cuando el pecado del hombre alcanza unos niveles insoportables a la santidad de Dios, su ira se manifiesta en forma de juicios. Lo vemos en el llamamiento de Dios a Abraham de darle la tierra de Canaán por herencia. Esa promesa se consumó una vez que el colmo de la maldad de los cananeos había llegado hasta el trono de Dios (Gn.15:16). Sus prácticas abominables debían ser erradicas de la tierra para que una nueva generación de hombres y mujeres vivieran conforme a la ley de Dios y recibieran su bendición.
Ocurrió con Israel en determinados momentos de su historia, pero ellos también se desviaron olvidando el origen y la Fuente de sus bendiciones para recibir ellos mismos el juicio y la ira de Dios. Fueron finalmente exiliados a Babilonia en el año 586 a.C. una vez que habían colmado la paciencia de Dios rompiendo el pacto que los unía al cumplimiento de su ley. Ocurrió en los días de Noé, cuando Dios esperó pacientemente durante al menos cien años, mientras se construía el arca, para dar lugar al arrepentimiento de aquella generación (1 P.3:20). Pasado el tiempo de gracia, vino la ira de Dios quedando ocho personas para reconstruir comenzando de nuevo el proyecto divino de bendecir a todas las naciones de la tierra. Lo vemos también en los días de Lot sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra, y el juicio inexorable que vino sobre una sociedad donde no se encontraron ni diez justos.
La ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre la injusticia acumulada.