Ha considerado la oración de los menesterosos, y no ha menospreciado su plegaria… Pues El miró desde su excelso santuario; desde el cielo el Señor se fijó en la tierra, para oír el gemido de los prisioneros, para poner en libertad a los condenados a muerte (Salmos 102:17,19,20).
Desde el principio, Dios ha querido estar cerca de su creación. Cuando el pecado del hombre le hizo apartar su rostro de nosotros, formuló un plan redentor para poder recuperar lo que se había perdido. Pensó en los menesterosos, los prisioneros y los condenados a muerte. Envió a su Hijo Unigénito para abrir un camino nuevo y vivo de regreso al Padre. Jesús abrió ese camino, habiéndolo recorrido él mismo primeramente, cuando bajó a las profundidades de la tierra, y subió a lo más alto del cielo, a la diestra del Padre. Ahora es nuestro sumo sacerdote para que podamos hacer la oración que él nos enseñó: Padre nuestro que estás en los cielos, venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. La oración puede traspasar toda oposición, y alcanzar la morada de Dios, su excelso santuario, para atender a los menesterosos de la tierra, a los prisioneros del pecado, y a los condenados a muerte. El cielo y la tierra parecen estar muy lejos el uno del otro, sin embargo, la oración de fe los acerca de tal forma que podemos ser oídos y considerados por el Rey del Universo.
Padre glorioso, venimos ante tu excelso santuario celestial como menesterosos, a favor de los prisioneros y condenados a muerte en Israel y España. Libertanos en el nombre de Jesús. Amén.