El tropiezo del vínculo familiar
Y todos hablaban bien de él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? (Lucas 4:22).
Jesús estaba lleno del Espíritu de Dios pero sus vecinos comenzaron a verle en su ámbito natural y familiar. El barro se opone a la revelación. Nuestra naturaleza humana tiene un arraigo cultural, social y familiar que en muchas ocasiones se levanta como piedra de tropiezo en nuestro deseo de anunciar el evangelio a los nuestros. Podemos estar llenos del Espíritu y demostrarlo con sabiduría y obras evidentes de nuestra transformación, pero los vecinos y familiares pronto activarán sus razonamientos humanos para recordar nuestra trayectoria natural.
Los vecinos de Nazaret, que estaban impresionados de Jesús, comenzaron a alabarle y reconocer que de su boca salían palabras llenas de gracia; pronto activaron su lógica natural para minimizar y rebajar la vida del Espíritu al nivel de sus propias limitaciones. Lo hicieron recordando a la familia carnal de Jesús. Abandonaron pronto la identidad del Jesús Mesías por el de uno de sus ciudadanos. José era su padre, y éste no tenía nada de especial, ¿por qué lo iba a tener uno de sus hijos? El Maestro lo percibió, conocía sus pensamientos y les reconoce que no hay ningún profeta que sea bien recibido en su propia tierra.
Luego les recuerda dos episodios bíblicos de los días de Elías y Eliseo en los que las personas que fueron bendecidas por los profetas no eran del pueblo de Israel: la viuda de Sarepta de Sidón, y Naamán el sirio. Los vecinos de Nazaret lo interpretaron como una afrenta y provocación a su exclusividad como pueblo escogido, por lo que sus ánimos fueron transformados completamente. Dieron un giro de ciento ochenta grados. Los mismos que le habían alabado hacía un momento, ahora se llenaron de ira y quisieron arrojarle por la cumbre del monte para despeñarle. Andar lleno del Espíritu puede conducirnos a experiencias similares.
Paradójicamente, los familiares y conocidos suelen ser nuestros primeros adversarios cuando nacemos de nuevo. La vida en el Espíritu parece ser una provocación para quienes viven en la carne. El diablo traerá el recuerdo de nuestro pasado familiar tratando de robar la nueva vida del Espíritu. Si a ello le añadimos errores propios del inicio de la vida cristiana, la duda se puede convertir en un arma mortífera en nuestro desarrollo espiritual. Jesús aceptó la oposición de sus vecinos «y pasando por en medio de ellos, se fue…».
La vida en el Espíritu se pone a prueba siempre en primer lugar en nuestro ámbito familiar y social. Vencerla nos llevará a la madurez de la fe.