La educación en Proverbios: determinación para corregir
Nuestra base de enseñanza y fuente de sabiduría la tenemos en las Sagradas Escrituras. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto maduro, apto], enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16,17). El mismo apóstol Pablo nos dice en Colosenses 2:8 Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Y es que siempre que abordamos el tema de la educación necesariamente chocamos con los planteamientos humanistas de una sociedad postmoderna, que ha escogido un modelo contrario a la verdad revelada, que la resiste, la combate y denigra con todos los medios a su alcance, para que nuestros hijos sean alejados de la influencia de sus padres, y el Estado controle su educación para poder moldear un país ideológicamente. Esta batalla la estamos librando continuamente y no debemos ignorarla.
La cosmovisión del mundo que se enseña en los colegios es básicamente un producto humanista, tiene al ser humano como eje de todas las cosas. Predomina la filosofía materialista que pone su acento solo en lo físico y una vida terrenal, sin conexión con lo trascedente y eterno. Por ello, al entrar en el libro de Proverbios debemos saber que los principios del Reino de Dios están en oposición a los reinos de este mundo.
El propósito de los Proverbios (1:1-7). Para aprender, discernir, recibir instrucción [disciplina]; para dar a los simples prudencia, a los jóvenes conocimiento y discreción. El sabio oirá y crecerá en conocimiento. El inteligente adquirirá habilidad.
«Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, pero no desee tu alma causarle la muerte» (19:18 LBLA). Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; más no se apresure tu alma para destruirlo” (RV60). Hay un tiempo para cada cosa, también hay un tiempo para la corrección de nuestros hijos, si pasamos ese tiempo puede que lleguemos tarde y perdamos la ocasión para instruir. Los expertos en educación dicen, de manera unánime, que los siete primeros años son el momento para poner las bases de la educación futura. Lo que no hacemos en esa etapa es mucho más difícil hacerlo después. Sin embargo, la mayoría de padres caen en el error de pensar que corregir a sus hijos comienza cuando tienen uso de razón. Aplazan la disciplina para cuando ya es muy difícil encauzarlos. Por otro lado, se dice en este pasaje que la disciplina no es para destruir al niño. «Muerto el perro, se acabó la rabia», dice el dicho popular. No. Debemos ser diligentes en el tiempo de la corrección, y hacerlo de tal manera que no destruyamos al niño. El apóstol Pablo lo dijo con estas palabras: Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4).
«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (22:6). Aquí tenemos un imperativo: ¡instruye! ¿Quién debe hacerlo? El padre y la madre. Como padres debemos obedecer esta instrucción. Se nos llama a la acción, no a la pasividad. ¿Qué camino es este? Para nosotros es el camino de la voluntad de Dios, el evangelio de Jesús. No de hacerlos esclavos de una religión, sino de un camino. Jesús es el camino, la verdad y la vida, por tanto debemos enseñar el camino de Jesús a nuestros hijos. Y eso, desde que son niños. ¿Dónde hay que enseñarlo? En el hogar, en la vida familiar (Deuteronomio 6:4-9).
Piensa que en las Escrituras la responsabilidad de enseñar el camino de la vida recae sobre los padres, no sobre las iglesias, escuelas dominicales (gracias a Dios por los que hacen un buen trabajo en estos lugares), pero primeramente son los padres los responsables de esta tarea. Recuerda las ocasiones cuando se dice a los hombres en el libro de los Hechos: Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y toda tu casa (Hechos 16:15, 31). Mira lo que dijo Dios de Abraham: Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que haga venir el Señor sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él (Génesis 18:19). ¿Cómo lo vamos a hacer? Enseñando las Escrituras a nuestros hijos (2 Timoteo 3:15); orando juntos como familia; adorando juntos en el hogar; enseñar a obedecer en cada área de la vida y mostrando un modelo de vida de fe a seguir como padres. Sin hipocresía. Sin doblez.
El padre debe ser el sacerdote familiar, el pastor de la casa y apoyado por su mujer. En una misma familia puede haber distintos dones entre los cónyuges que harán dinámica esta misión vital para la fortaleza de la familia. En el caso de John Wesley fue la madre, Susana, quién mantenía las disciplinas en el hogar; y muchas madres han sido los vasos que Dios ha usado para bendecir la vida de sus hijos y familias con mayor potencial que el que podría desarrollar el padre de la casa. Otro ejemplo lo tenemos en Mónica, la madre de Agustín de Hipona, uno de los llamados padres de la iglesia, que fue clave en la conversión de su hijo mediante sus oraciones incesantes.
El humanismo dice: «hay que dejar a cada hijo escoger el camino que mejor le parezca, los padres no deben influir en sus decisiones». Qué gran mentira. Lo que los padres viven, hacen, enseñan, valoran o no, es lo que tendrán en cuenta los hijos a la hora de tomar decisiones, aunque no cabe duda que llegará el momento cuando muchas decisiones las tomarán por sí mismos. Los padres deben enseñar a los hijos, no los hijos a los padres. Los hijos deben obedecer a los padres, no los padres a los hijos.
«La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él» (22:15). Al leer este texto algunos pueden exclamar hoy, como antaño por otro motivo: dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (Juan 6:60). Antes de nada recordemos que lo que acabamos de leer es un texto de la Escritura. La necedad está ligada en el corazón del muchacho. ¡Qué jarro de agua fría para la autoestima modernista!
Hoy se enseña que los niños son un encanto, no tienen maldad, son muy listos, nacen con los ojos abiertos y espabilados como nunca. ¿Pero acabamos de leer que la necedad es una de sus características predominantes? Que ser necios forma parte de su ser más profundo; la necedad está ligada en lo hondo del ser y necesita ser desarraigada ¿cómo? mediante la corrección. Pero ¿cómo? hoy las leyes prohíben darle ni siquiera un cachete en el trasero. Puede causarle traumas. El niño es muy sensible y podemos marcarle para toda la vida. Sí, hay disciplina que destruye, ya lo hemos dicho antes, pero aquí no se trata de eso; es cuestión de amor, de hacerle sabio, de evitarle que sea repelente, estúpido, mal criado, necio. Porque no hay mayor fealdad que la de un niño consentido y mal criado. Los mayores siempre han dicho que «un azote a tiempo…» No estoy apelando a la violencia doméstica de los padres, de ninguna manera; estoy exponiendo el desorden en el que vivimos.
En España hemos ido de un extremo a otro. De la educación autoritaria y violenta a la permisividad más vergonzosa. Los resultados están a la vista. Hoy son los hijos quienes golpean a los padres. El mundo al revés. Son los educadores y profesores los que tiemblan en muchas aulas, mientras los chicos se enseñorean y alardean de su desprecio por la autoridad. Y muchos padres están paralizados, atemorizados, sin saber qué hacer con algunos de sus hijos adolescentes.
La disciplina forma el carácter del niño. Le aparta de la necedad, el egoísmo, la estupidez. En Proverbios se nos dice lo que produce la disciplina bien entendida.
- Es medicina para el malo y purifica el corazón. Los azotes que hieren son medicina para el malo, y el castigo purifica el corazón (20:30).
- Libra de la muerte. No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol (23:13,14).
- Da sabiduría. La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido [«suelto», LBLA] avergonzará a su madre (29:15).
- Da descanso a los padres y alegría al alma. Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma (29:17). Hace que los hijos sean una bendición y no una tortura.
Podemos entender estos textos de forma literal o metafórica, sé que hay opiniones para «todos los gustos», personalmente he aplicado la que he considerado oportuna en cada momento y no quiero decir a nadie como tiene que corregir a sus hijos, por ello no quiero ahondar en el tema, lo dejo sin puntualizar deliberadamente; lo que sí debemos hacer y nunca evitar es la corrección de nuestros hijos, no hacerlo conlleva un precio demasiado elevado; hacerlo indebidamente puede producir los mismos efectos. Si como padres no obedecemos a Dios en su Palabra, no podremos mostrar a nuestros hijos el camino de la obediencia, estaremos descalificados en esa área. Y como dijo el apóstol en relación a otro tema pero que podemos aplicar a este: Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre… (1 Corintios 11:16).
Próxima entrega:
Disciplina sobre la base del amor, no el temor o la represión.