HECHOS – La práctica apostólica (5)
Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley (Hechos 21:20).
El apóstol Pablo no era un llanero solitario. No realizó su ministerio como un verso suelto, sino que sujeto al Señor que lo llamó, sometía también su obra a los líderes de la congregación en Jerusalén. Después de varios viajes misioneros acumulando experiencias y estableciendo congregaciones en muchas ciudades estratégicas, llegó a la capital del evangelio (no Roma, sino la ciudad del gran Rey Mt.5:35 y Sal.48:2), y presentar ante los hermanos que lo recibieron con gozo, ante Jacobo —baluarte de la iglesia en Jerusalén— y los ancianos, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio (Hch.21:17-19). Entonces, y aquí la reacción de todos los responsables y líderes de aquella primera congregación, cuando lo oyeron, no se llenaron de envidia, o hicieron preguntas capciosas para minimizar la extensión del llamamiento de Pablo a los gentiles, sino que habiendo oído las obras de Dios entre los gentiles —aquellos judíos con una herencia de supremacía racial sobre las demás naciones— glorificaron a Dios. Dieron gloria al Señor gozándose por lo que había hecho mediante el ministerio de Pablo y sus colaboradores. Todo un ejemplo para nosotros que debemos seguir como practicantes de la fe apostólica.
Inmediatamente, los responsables de la iglesia en Jerusalén contaron también al apóstol de los gentiles que había en aquella ciudad eterna miles y miles de judíos que habían creído en Jesús como el Mesías, sin renunciar a sus raíces fundamentadas en la ley de Moisés. Sin embargo, en toda esta gran obra había crecido la levadura también. En toda multitud es imposible que no haya tropiezos (Lc.17:1). Y los hubo asimismo en Jerusalén. Se les había informado que Pablo enseñaba a todos los judíos entre los gentiles a apostatar de Moisés. Argumento falaz sin medida. Pero había calado entre muchos que se dispusieron a perseguir al apóstol y que ahora nos narra el libro de los Hechos.
Lo que quiero reseñar aquí es la actitud de los líderes de un lado y otro. Ambos se mostraron agradecidos por las obras que Dios había hecho entre judíos y gentiles. A pesar de la complejidad de ciertos temas, siempre difíciles de conciliar, prevaleció el espíritu de dar gloria a Dios por el avance del reino entre las naciones. Es inevitable que vengan tropiezos. La historia de la iglesia nos enseña que han venido en abundancia a lo largo de los siglos, pero deberíamos aprender de la práctica apostólica siendo agradecidos a Dios y alabarle por sus obras en todo lugar y situación.
Las diferencias doctrinales no deben apagar nuestra gratitud y alabanza.