TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (2 Parte)

Tiempos finalesTIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (9)

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen […] Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare (Hechos 2:4,38,39)

No hay exclusividad en el don del Espíritu. La promesa no era solamente para los apóstoles, ni para el día del Pentecostés, el apóstol Pedro lo dejó claramente asentado: la promesa es para vosotros (judíos en la ciudad de Jerusalén del siglo I), es también para vuestros hijos (la siguiente generación); y para todos los que están lejos (en la diáspora judía), pero no solo para ellos, sino también para cuantos el Señor nuestro Dios llame de toda lengua, pueblo o nación en todas las generaciones. Porque el llamamiento de Dios sigue vigente, no ha cesado, por tanto, la promesa de recibir el don del Espíritu Santo como en el día de Pentecostés es para todos los que se arrepienten, se bautizan, invocan su nombre en todo lugar; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Fue lo que aconteció y vemos relatado ampliamente en el libro de los Hechos en la ciudad de Samaria cuando predicó Felipe. Lo vemos en la casa de Cornelio: el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el mensaje, como sobre nosotros al principio (Hechos 11:15), dijo el apóstol Pedro cuando tuvo que dar explicaciones a los hermanos de la congregación judía en Jerusalén. Y también ocurrió sobre los discípulos de la ciudad de Éfeso que habiendo creído parte del evangelio no habían recibido el don del Espíritu hasta que el apóstol Pablo impuso sobre ellos las manos (Hechos 19:6). En todas estas experiencias la evidencia fue que hablaban en lenguas y profetizaban tal y como había anunciado el profeta Joel. Pero pronto, como en la salida de Egipto, comenzaron las quejas, los razonamientos altivos, la frialdad de un corazón tibio, el temor a confiar y obedecer la acción del Espíritu y así los ríos de agua viva se convirtieron en sequedades de verano. De forma gradual los debates teológicos ocuparon gran parte de la comunión de la iglesia, las peleas dogmáticas sobre palabras y tecnicismos coparon gran parte del dinamismo inicial, por ello la manifestación del Espíritu y una fe vibrante fue suplantada y en gran medida cesaron; no porque esa fuera la voluntad de Dios; recuerda: la promesa es para los hijos, los que están lejos y todos aquellos que el Señor llama; sino por la desobediencia y la incredulidad, como la generación en el desierto. Por ello necesitamos siempre nuevos derramamientos del Espíritu.

          La promesa del Espíritu sigue vigente también para nuestros días.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (10)

¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad (Hebreos 2:3,4)

La carta a los Hebreos es una advertencia a no volver atrás. La historia antigua de Israel es un ejemplo claro de que podemos ser redimidos, escogidos con un propósito, y perder en su desarrollo el contenido esencial del plan de Dios. Una y otra vez el pueblo se alejaba del camino, los profetas eran enviados para que regresaran, a veces los oían y otras muchas eran maltratados y despreciados. ¿Por qué creemos que en la iglesia es diferente? La historia nos demuestra que hemos cometido los mismos errores; precisamente el apóstol de los gentiles nos advierte que estas cosas están escritas como ejemplo para nosotros, y para amonestarnos y reconducirnos (1 Corintios 10:6,11). El autor de la carta a los Hebreos nos advierte que podemos descuidar nuestra salvación, ¿cómo? mediante incredulidad y desobediencia, por volver una y otra vez a los rudimentos de la doctrina en lugar de avanzar y madurar ejercitándonos en el discernimiento del bien y del mal; por abandonar la fe inicial y mezclarla con cualquier tipo de religiosidad suplantadora. Volver al origen es regresar a la necesidad de ser llenos del Espíritu, guiados por el Espíritu, obedecerle y seguirle más que a las estructuras eclesiásticas. A lo largo de nuestra historia hemos hecho exactamente lo opuesto. Descuidar la salvación incluye no tener en cuenta que Dios ha dado testimonio mediante señales, prodigios y diversos milagros y estos nunca han cesado en su perfecta voluntad; (si no los experimentamos es en gran medida por causa de incredulidad y argumentos altivos); incluyendo repartimientos del Espíritu que siguen siendo la voluntad de Dios para su pueblo. Todo ello y mucho más es descuidar nuestra salvación. Quienes argumentan su cesacionismo están negando la voluntad de Dios. Él no cambia, ni hay sombra de variación en Él. La promesa es para todos cuantos el Señor llamaré aunque ciertas teologías hayan negado la obra de Dios y se hayan opuesto a que el pueblo busque nuevas llenuras y repartimientos del Espíritu según su voluntad. Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles es el acompañamiento del Señor, mediante su Espíritu, en el avance del evangelio del reino en la tierra, y esto no ha cesado, ni siquiera en los tiempos finales que vivimos. Hoy también Dios testifica mediante señales, milagros y repartimientos del Espíritu a pesar de las falsificaciones que no pueden invalidar la verdad.

         No debemos descuidar la salvación impidiendo la llenura del Espíritu.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (11)

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia (1 Corintios 1:26-29)

El evangelio es poder de Dios aunque muchos han pretendido usar ese poder para dominar a otros. La iglesia pronto se apartó del modelo Jerusalén para seguir el modelo griego y romano. La sabiduría y filosofía griega y el potencial romano para establecer estructuras de poder se infiltró temprano en la iglesia uniendo política, racionalismo y espiritualidad; de tal forma que durante siglos gran parte de la actividad eclesiástica giró en torno a debates interminables sobre tecnicismos teológicos con palabras latinas o griegas para asentar el dogma. Por supuesto, siempre hubo un remanente, como en la historia de Israel, que mantenía la llama de la fe viva, aunque muchos de ellos fueran desconocidos, vivieran en desiertos y sus nombres no figuren entre los llamados «padres» de la iglesia. Por ese camino se abandonó la dependencia del Espíritu ocupando su lugar la intelectualidad mezclando el evangelio con filosofía griega que le daba al mensaje un aire más atractivo para los intelectuales de la época. Estos procedimientos nunca han cambiado excesivamente a lo largo de los siglos. El modelo de Dios sigue siendo el mismo: avergonzar a los sabios y fuertes escogiendo lo necio, vil y menospreciado del mundo. El gravísimo problema es que muchas de estas personas que comienzan siendo menospreciadas y que con humildad dependen del Espíritu de Dios, pronto se vuelven sofisticadas abandonando su sencillez inicial y abrazando el reconocimiento de los hombres que los vuelven débiles en el Espíritu y fuertes en su propia potencialidad impostada. Hay excepciones. Pocas. No reconocidas. Pero ellos serán los desconocidos valientes de David que ganarán batallas esenciales para todo el pueblo. Dios no quiere arrogantes en su presencia. Él resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Por ello, uno de los movimientos más transformadores de la iglesia en los últimos tiempos se inició en una casa desvencijada de la calle Azusa, en los Ángeles, California, cuyo más conocido exponente fue un predicador negro llamado William J. Seymour. Se iniciaba el año 1906 y comenzaba así el movimiento pentecostal. Este movimiento, denostado y maltratado ampliamente, sería la espoleta para un crecimiento espiritual nunca antes visto.

         Dios avergüenza y deshace para que nadie se jacte en su presencia.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (12)

Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados (Isaías 57:15)

Mis primeras experiencias transformadoras tuvieron lugar en una pequeña iglesia pentecostal de Lérida. Avanzaba el año 1980 y estaba cumpliendo mi servicio militar. La combinación de mi propia búsqueda personal, la lectura del Nuevo Testamento y el encuentro con esta congregación, cuyo origen se debía en gran medida al apoyo de las iglesias pentecostales suecas, pusieron las bases de mi crecimiento y desarrollo espiritual posterior. Eran años cuando llegaban a España algunos ministerios avalados por una gran experiencia carismática en otros lugares. Los cultos se volvieron más espontáneos, la oración predominaba, el ayuno era habitual, y la alabanza brotaba de muchos corazones ansiosos de la presencia de Dios y el derramamiento del Espíritu. En sus inicios, el movimiento pentecostal creció entre la gente más humilde, los parias entre los evangélicos y denominaciones tradicionales, que por otro lado hicieron todo lo posible por frenar aquel avance imparable del evangelio. Eran gentes sencillas, humildes, quebrantados de corazón, sin grandes recursos ni talento, pero fue entre ellos que se reinició la profecía de Joel en los últimos tiempos. Desde una casa semi-abandonada en la calle Azusa de los Ángeles se volvieron a oír cristianos que hablaban en nuevas lenguas y profetizaban. Los milagros no tardaron en aparecer y pronto el mover se extendió por todas las naciones. Como una semilla de mostaza el mensaje de ser bautizados en el Espíritu Santo con la manifestación de hablar en nuevas lenguas se abrió camino entre la tibieza generalizada y un nuevo mover de santidad, que ya se había iniciado con anterioridad, invadió el mundo cristiano llegando incluso a la Iglesia Católica con el movimiento carismático posterior. La mayor explosión de crecimiento del evangelio de toda la historia del cristianismo ha tenido lugar en los últimos cien años motivada por el impulso pentecostal. Los datos hablan de alrededor de setecientos millones de personas convertidas al evangelio desde aquel mítico año 1906 en la calle Azusa. Es evidente que junto con el trigo crece la paja, y con la palabra sembrada también la cizaña. No todo ha sido, ni es, romántico en las iglesias pentecostales. Ha habido excesos, comportamientos indeseables, sí, pero lo que ha caracterizado este movimiento en sus orígenes ha sido un corazón quebrantado buscando al Señor, de ello fui testigo, como he dicho, en los primeros años de mi conversión.

         Dios vivifica, también en tiempos finales, el corazón de los quebrantados.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (13)

Y temerán desde el occidente el nombre de YHVH, y desde el nacimiento del sol su gloria; porque vendrá el enemigo como un río, más el Espíritu de YHVH levantará bandera sobre él (Isaías 59:19)

Hoy el movimiento pentecostal, ampliado en el movimiento carismático, es aceptado y reconocido mayoritariamente en la Cristiandad, pero no siempre fue así. Recuerdo la tensión que produjo en mis primeros años en el evangelio mantener la comunión con la iglesia pentecostal de Lérida y la de Asamblea de Hermanos en Salamanca. Aprendí mucho de ambas. Luego me enseñaron mis maestros a estar abierto a todo el Cuerpo del Mesías. Dejando a un lado mis recuerdos, quiero reseñar, como he dicho en una meditación anterior, que todo movimiento espiritual, lo que llamamos avivamientos, mantienen una línea ondulada, con altibajos, comienza con una búsqueda sincera y quebrantada de corazón clamando por los ríos de agua viva, una vez se establecen pierden su impulso original dando lugar al estancamiento de sistemas religiosos viviendo en buena parte del pasado glorioso. Cuando disminuye la búsqueda de Dios aumentan los ídolos y los cultos extraños. La maldad crece y con ella la decadencia y apostasía de la fe. Una vez más se necesita el clamor al cielo por nuevos derramamientos del Espíritu que levanten bandera ante las fuerzas opresoras del mal. El profeta Isaías nos dice que el Espíritu del Señor levantará bandera sobre los ríos de iniquidad. Y en ese tiempo vivimos. El misterio de la iniquidad está muy presente en la sociedad actual, pero hay quien lo detiene (2 Tesalonicenses 2:7). La vida de los justos frena el proceso degenerativo de la convivencia; pero si la sal se vuelve insípida no servirá para cumplir su función. La luz y la sal de la tierra es el pueblo del Señor en un mundo a la deriva. Debemos brillar. Necesitamos para ello la llenura del Espíritu, el Consolador y Ayudador. Lo necesitaron los primeros discípulos esperándolo, por mandato del Señor, el día de Pentecostés, para poder cumplir con la misión encomendada. Nosotros no podemos ser tan arrogantes creyendo que nuestras propias fuerzas y habilidades serán suficientes en esta batalla. No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu (Zacarías 4:6), le dijo el Señor a Zorobabel gobernador de Judá. Seguimos necesitando el don de Dios en nuestros corazones. No descuidar el don, dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio, que diría Pablo a Timoteo (1 Timoteo 4:14). Avivarlo una y otra vez (2 Timoteo 1:6), porque el mal avanza, el amor se enfría, pero el Espíritu que Dios ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente (Santiago 4:5).

         Como está escrito: Dios desea fervientemente que el espíritu que puso dentro de nosotros le sea fiel (Santiago 4:5 NTV).

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (14)

Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis el Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno (1 Tesalonicenses 5:16-21)

Las malas experiencias nos paralizan, las buenas nos impulsan y transforman. Los desequilibrios y contradicciones que se presentan en todo ser humano tienen el potencial de desestabilizarnos y llevarnos  a una vida zarandeada que impida el cumplimiento del plan de Dios. El sabor amargo que dejan las decepciones o el ser defraudados y traicionados puede marcar el rumbo de nuestras vidas irremediablemente. También en las congregaciones y movimientos espirituales. Cuando hablamos de manifestaciones del Espíritu aparecen con rapidez los ejemplos de fraude y falsificación, que los hay, y con ello el temor paralizante que nos roba la superación de los escollos y el desarrollo hasta su culminación. He sido parte de diversos movimientos del Espíritu en congregaciones locales que impulsaron un tiempo de refrigerio espiritual y una libertad gloriosa del Espíritu donde fluían los dones y la comunión edificante de los hermanos. Luego, sin saber bien como (en algunos casos están bien definidos) surgen pequeñas zorras que echan a perder la cosecha (Cantares 2:15). La división mediante las obras clásicas de la carne apaga la dinámica inicial y pronto perdemos el ánimo con la siguiente dispersión de la grey. Estos ciclos se han repetido demasiadas veces en nuestro país. También aparecen experiencias espurias con actitudes de dominio y abuso de ciertos líderes que imponen una pesada carga de control dejando un regusto amargo que defraudará a muchos. Seguramente todo ello viene como consecuencia de no seguir las directrices apostólicas registradas en nuestro texto. Perdemos el gozo, dejamos de orar con fervor, la gratitud nos abandona olvidando fácilmente los beneficios del evangelio, apagamos el Espíritu, menospreciamos las profecías, y sobre todo, al examinar la situación nos quedamos solo con los malos ejemplos, las decepciones, sin retener todo lo bueno que hemos acumulado durante ese tiempo. Es evidente que hay experiencias traumáticas que provocan un daño irreparable en las personas. La libertad del Espíritu en ocasiones produce todo tipo de excesos indeseables; la inmadurez de muchos, especialmente de los líderes, echa a perder la obra original del Espíritu y así entramos en una dinámica de edificar y destruir que se repite en forma de círculos viciosos con pérdida para todos. Sin embargo, podemos volver a levantarnos con gozo, oración y gratitud mediante el Espíritu.

         No debemos cansarnos de hacer el bien y buscar la fuente de vida.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (15)

Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención… Antes bien sed llenos del Espíritu  (Efesios 4:30 y 5:18)

Las malas experiencias no anulan la verdad de Dios. Los múltiples casos de falsificaciones espirituales nunca podrán impedir nuevos derramamientos del Espíritu de Dios. Está profetizado. Es palabra de Dios que permanece para siempre en el cielo (Salmos 119:89). En los postreros tiempos derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. La multiplicación de la maldad no podrá vencer el poder de la gracia, porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Incluso aunque el Señor solo encuentre un justo, Noé, y toda su generación esté corrompida y llena de violencia, el Dios de toda gracia hará reverdecer la justicia y la equidad una vez más. Aunque Moisés esté solo ante un pueblo quejoso, incrédulo y desobediente; a pesar de sus múltiples sinsabores en el desierto, el Señor volverá a abrir caminos en el desierto y ríos en la soledad (Isaías 43:19). Es la fuerza de la luz y la vida sobre las tinieblas y la muerte. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella (Juan 1:5). El cielo y la tierra pasarán, pero su palabra eterna nunca pasará. Las tinieblas llenan la tierra sobre naciones gobernadas por poderes babilónicos mediante un pretendido gobierno mundial, pero sobre Jerusalén aparecerá el Señor, el reino es del Señor, la justicia será establecida en la tierra porque habrá un justo que gobierne. Por tanto, no debemos entristecer al Espíritu con temor, incredulidad y ansiedades; sino buscarlo con pasión como la novia del Cantar de los Cantares busca a su amado en circunstancias a veces muy desfavorables. Pero el amor es más fuerte que la muerte. El sello del Espíritu con el que fuimos sellados para el día de la redención final de nuestros cuerpos mortales nos recuerda que somos extranjeros y peregrinos en la tierra, que buscamos una patria celestial, y ahora la saludamos, creyendo, confesando y degustando los poderes del siglo venidero (Hebreos 11:13-16 y 6:4,5). Hemos sido hechos partícipes del Espíritu Santo, la promesa del Padre, la cual recibimos por fe, y no debemos ser como los gálatas insensatos fascinados y hechizados por el brillo de doctrinas falsas, sino saber que recibimos el Espíritu por el oír con fe (Gálatas 3:1-3). Hemos comenzado por el Espíritu. La vida cristiana es Cristo en nosotros, —la perla de gran precio—; no seamos engañados con otras piedras sin brillo, perecederas, que nunca edifican nuestras vidas sobre la Roca, el edificio de Dios, sino sobre heno paja y hojarasca. Los tiempos pueden ser malos, (y lo son), pero sobre ti amanecerá el Señor y sobre ti será vista su gloria.

         Nuestra verdadera necesidad sigue siendo ser llenos del Espíritu de Dios.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (16)

Oh Señor, he oído lo que se dice de ti y temí. Aviva, oh Señor, tu obra en medio de los años, en medio de los años dala a conocer; en la ira, acuérdate de tener compasión (Habacuc 3:2 LBLA)

Quiero culminar esta serie sobre tiempos finales con la oración del profeta Habacuc. Un breve análisis de este libro profético nos muestra que su mensaje fue previo al inminente juicio de Dios sobre Judá a manos del Imperio Babilónico. La atmósfera espiritual de los días de Habacuc era de decadencia y juicio, muy similar a los nuestros. Comienza preguntándose por qué su oración no ha sido oída, por qué permite el Señor que la iniquidad predomine y la opresión sea generalizada. El impío asedia al justo. Además, comprende que el Señor usará la vara de Babilonia para juzgar a su pueblo. En esa tesitura, el profeta se coloca en su puesto de guardia, sobre la fortaleza velará para ver en qué consiste la respuesta del Señor. Entiende que el juicio sobre Judá es irreversible, por tanto, esperará confiado y tranquilo el día de la angustia, al pueblo que se levantará para invadirlos (3:16 LBLA). Para culminar con un canto de esperanza y fortaleza en el Dios de su salvación, aunque al presente las circunstancias sean muy desfavorables: Ni la higuera, ni las viñas, ni el olivo producen alimento, faltan las ovejas y las vacas en los establos, a pesar de ello se alegrará en el Señor, se regocijará en el Dios de su salvación, porque el Señor Dios es la fortaleza que lo sostiene en medio de una situación tan adversa (3:17-19 LBLA). Antes, al inicio de su oración en tono de Sigionot,  (canto vehemente), expresa su conocimiento del Señor: He oído lo que se dice de ti y temí. Conoce el carácter justo del Dios de pacto, y ese pacto ha sido quebrantado, por tanto, es consciente de las consecuencias que se derivan de ello. Eleva un clamor para que se avive su obra, que en este caso es de juicio y no de avivamiento como habitualmente se ha interpretado. Porque el Señor no tendrá por inocente al culpable, tampoco debemos imaginar otro escenario en la presente generación. Hemos transgredido la ley y sobrepasado todos los límites de la paciencia de Dios. Somos culpables. Por ello, el juicio sobre las naciones es inevitable. Pero el profeta hace un quiebro en su oración apelando a la misericordia de Dios sin eludir su ira contra la impiedad, por ello levanta un último clamor en favor de aquella generación y que podemos hacer nuestro para este tiempo: En la ira, acuérdate de tener compasión. En medio de los tiempos finales llenos de maldad y la manifestación justa de la ira de Dios, podemos apelar a su compasión, a derramamientos del Espíritu Consolador, para superar este tiempo oscuro y alcanzar la restauración venidera.

         La compasión de Dios estará presente en medio del juicio inevitable.

 

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