INGRATITUD – Idolatría y juicio (4)
… porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa (Romanos 1:19-20)
Si hay una actitud común a la inmensa mayoría de los mortales es la capacidad de justificarse para eludir su responsabilidad. Una y otra vez somos azotados por la culpabilidad ante cualquier amenaza que nos inculpe. Nuestra primera reacción es casi siempre argumentar para justificarnos evitando el consiguiente juicio. Buscamos excusas rápidamente como primera respuesta ante el sentimiento de acusación. Así fue desde el principio cuando Adán fue llamado para dar explicaciones de lo que había sucedido en Edén: La mujer que me diste, fue la respuesta inmediata a la voz de Dios. Y así hasta hoy. Pero el hombre no tiene excusa ante el poder y la magnificencia de Dios en la creación.
Nuestra ingratitud no se sostiene ante lo que es evidente. Hemos sido creados a imagen de Dios, el espíritu que alentó en nosotros nos da la capacidad de percibir el mundo espiritual, por tanto, la realidad de Dios. Dios es Espíritu. La historia de las religiones da fe que esto es así. Pero en lugar de buscar al Dios Creador de todas las cosas y darle gracias, elegimos otros caminos. Ignoramos su eterno poder y deidad mediante el cual vemos las poderosas obras de Dios en la naturaleza de todo lo creado.
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Cuando vemos los cielos obra de sus manos, la luna y estrellas que creó, decimos: ¿Qué es el hombre? Pero elegimos adorar la creación en lugar de al Creador. Visitamos cualquiera de los inmensos y maravillosos parajes de la tierra y ante el asombro de su belleza invocamos a la madre Naturaleza por los dones que nos ha dado.
Hablamos de la energía del Universo y su atracción, el destino, el azar o la teoría de la evolución para evitar lo evidente, que tras la creación hay un Creador, que ante la inmensidad de su belleza y gloria hay un Dios lleno de gracia y verdad. Elegimos antes a las criaturas que al Hacedor. Las mascotas que los hijos. Adoramos cualquier árbol, montaña o río en lugar de rendirnos con gratitud y alabanza ante quién nos ha revelado en sus obras su poder y gloria. La aparente invisibilidad de Dios no nos impide percibir su eterno poder creador, pero elegimos ignorarlo para acomodar nuestras creencias al invento errado de nuestros malvados corazones. Eludimos lo evidente y creemos tonterías. Aplaudimos teorías inverosímiles y evitamos al Diseñador del Universo. Como veremos, es la consecuencia de un corazón entenebrecido y sin gratitud.
No hay excusa para la ingratitud del hombre ante el poder del Creador.