En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios, desde su templo oyó mi voz, y mi clamor delante de Él llegó a sus oídos… me sacó de las muchas aguas… me sacó a un lugar espacioso… alumbra mis tinieblas… ensancha mis pasos debajo de mí, y mis pies no han resbalado (Salmos 18:6, 16, 19, 28,36).
Tenemos aquí cómo reacciona un hijo de Dios al estado de angustia que le invade. No es falta de fe reconocer tiempos de extrema necesidad. El hombre de fe pone su mirada, no en las circunstancias, sino en el Dios que está sentado en el trono. El justo, que vive por fe, sabe que Dios es galardonador de los que le buscan. El hombre de fe puede vivir angustiado muchas veces, pero sabe dónde acudir para salir de las tinieblas, hallar lugar espacioso y que su vida sea ensanchada. Ese lugar es el trono de la gracia, desde donde Dios oye su clamor y responde a su necesidad.
Padre celestial, ensancha a Israel en su tierra, tu promesa es eterna; y enséñanos en nuestro país a entrar hasta tu trono en el Nombre de Jesús.