No glorificaron a Dios – Introducción (1)
Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido (Romanos 1:21 LBLA).
Entramos ahora en un nuevo capítulo de esta serie. Después de haber visto cómo la adoración al Dios único (monoteísmo) tomaba forma a partir del llamamiento de Dios a Abraham, y la práctica que el patriarca inició de levantar altares para adorar e invocar al Eterno, y como esa iniciativa se mantuvo en la vida de los siguientes padres de la nación hebrea Isaac y Jacob, entramos en el libro de los Salmos donde encontramos los verdaderos sacrificios que el Señor pide: sacrificio de alabanza y gratitud. Después hemos hecho un breve recorrido sobre la gloria de Dios, fuente de todo poder y majestad, por tanto, el único a quien debemos adorar, dejando los ídolos, común a todos los pueblos desde el modelo que se impuso en la antigua Babilonia en la llanura de Sinar.
La gloria es de Dios, único Hacedor de todas las cosas, cuya honra debemos, —deberíamos—, considerar fuera de toda duda evitando la idolatría que pretende robarla y orientarla hacia las cosas creadas. Vemos en la Escritura, donde el Dios de Israel se ha manifestado a los hombres, que esto no es así, y pronto se buscaron muchas perversiones (Eclesiastés (7:29). «Ellos, cual Adán, traspasaron el pacto» (Oseas 6:7). Se escondieron de Dios por la vergüenza de haber traicionado su confianza. El temor los atenazó llevándolos a buscar iniciativas propias «cosiendo hojas de higuera y se hicieron delantales» para cubrir su vergüenza. Perdieron la gloria de Dios, el vestido con el que habían sido cubiertos desde el día de su creación. El pecado comenzó a desplegar su acción transgresora en el corazón de los hombres y estos buscaron muchas perversiones.
El proceso degenerativo pronto alcanzaría cotas insoportables para la santidad de Dios. Deshonraron sus propios cuerpos con todo tipo de inmoralidad, despreciaron la vida humana y el asesinato hizo su aparición pronto en la primera familia. Caín mató a Abel. La violencia se generalizó llegando a niveles insoportables en los días cuando nació Noé. Aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que «habiendo llegado a ser insensibles, se entregaron a la sensualidad para cometer con avidez toda clase de impurezas» (Efesios 4:19 LBLA). Pronto aparecería la idolatría como substituto de la adoración al verdadero y único Dios. Y así sus razonamientos se hicieron vanos y el corazón del hombre, centro de la verdadera actividad, se introdujo en las tinieblas.
No darle la gloria a Dios, deshonrándole, nos introduce en un deterioro moral y espiritual progresivo que nos arrastra a la necedad.