GRATITUD Y ALABANZA (58) – No glorificaron a Dios – Daniel como modelo

GRATITUD Y ALABANZA - 1No glorificaron a Dios – Daniel como modelo

Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes (Daniel 6:10).

No nos sirve lamentarnos solamente de una sociedad que evita a Dios y las cosas sagradas, menospreciando aquello que nosotros como hijos del reino amamos. Podemos ser conscientes de las graves consecuencias que se derivan de una actitud arrogante hacia los bienes recibidos, y sin embargo, mantenernos firmes en una vida bajo el temor de Dios y sus mandamientos. Daniel es un modelo motivador para todos nosotros. Vivió a lo largo de su vida experiencias suficientemente adversas como para decaer de una fe firme, sin embargo, superó los obstáculos, en varias ocasiones con su vida en juego, para elevarse hasta el trono de la gracia que lo sustentaba.

Fue sacado de su tierra y llevado al cautiverio. Establecido en una sociedad radicalmente distinta a la suya, se adaptó pronto a la nueva situación confiando en su Dios, a pesar de comprender que su nación había recibido el justo juicio por sus pecados y decadencia. Fue recorriendo el camino con la firme decisión de no dejarse contaminar por el entorno que le rodeaba, adaptándose a las nuevas circunstancias; el que lo sostenía era más relevante en su vida que las adversidades que soportaba.

La integridad de su comportamiento levantó la envidia de sus competidores en la administración babilónica, de tal forma que no pudiendo encontrar fisuras en su carácter honrado, vieron la oportunidad en lo tocante a la ley de su Dios. De tal forma que cuando se emitió el edicto que no se hicieran oraciones a nadie salvo al rey Darío, nuestro hombre mantuvo la firmeza de su fe con integridad poniendo una vez más su vida en el altar de su entrega al Dios de quién era, y a quien servía.

Toda la vida de Daniel se forjó alrededor de su devoción diaria. Sabía que su fuerza interior no emanaba de la propia potencialidad, sino del Eterno Dios a quien servía. Sus hábitos no cambiaron ni un ápice frente a la maniobra perversa de sus enemigos. Como cada día, abrió sus ventanas en dirección a la ciudad amada, —aunque desolada en ese tiempo—, donde había estado el templo al Dios vivo, a pesar de haber sido destruido por el imperio al que ahora servía con sinceridad y entereza. Se arrodilló ante su Dios, hizo sus peticiones y dio gracias incluso en tales circunstancias, tal como solía hacerlo siempre. La eternidad en su corazón no se alteró por la adversidad presente, sino que influyó poderosamente en ella cerrando la boca de los leones, incluidos sus acusadores.

         La gratitud de Daniel no fue alterada frente al foso de los leones.

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