La gloria (es) de Dios (1)
¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra, que has desplegado tu gloria sobre los cielos… Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? (Salmos 8:1,3,4 LBLA).
La Escritura es clara y contundente cuando se trata de la gloria de Dios. No hay lugar para la duda. La gloria de Dios es imponente. Su gloria se despliega sobre los cielos y toda la creación. Una y otra vez quedamos fascinados cuando visitamos ciertos lugares de la tierra. Hay paisajes que penetran en nuestros sentidos dejándonos mudos, perplejos, asombrados de la belleza y energía que desprenden. Todo ello no es nada más que destellos de la magnificencia de Dios. El nombre del Señor, el Creador, —dice el salmista—, es glorioso en toda la tierra viendo el despliegue de su majestad en los cielos. Al mirarlos queda fascinado. Su belleza, armonía, precisión y grandeza eclipsan cualquier logro humano.
El autor se pregunta: ¿Qué es el hombre en comparación a la inmensidad de la creación de Dios? Sin embargo, sabe que una parte de esa gloria es compartida con el sello de su creación: el hombre. Dios puso su marca de gloria sobre el primer hombre y éste la perdió por rebelión a su palabra. Todos los hombres quedaron destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). A pesar de ello, la impronta quedó reflejada en los seres humanos de tal forma que una parte esencial del propósito de su existencia se convirtió en recuperarla de nuevo. Surgió así la vana-gloria. Incluso cambiaron la gloria del Dios incorruptible por la idolatría, dando honor a las criaturas antes que al Creador. Esta corrupción no es aceptable para Dios, demostrando desde el cielo su ira contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad.
Cambiar la verdad de Dios por la mentira atrae la ira de Dios y su juicio. La idolatría repulsa al Señor que no comparte su gloria y es celoso de ella. La gloria es de Dios, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz; sus malas obras tuercen la verdad revelada en la creación de modo que no tienen excusa cuando orientan erróneamente su adoración y gratitud a las cosas creadas en lugar del Creador. La gloria de su nombre ha sido puesta delante de nosotros, podemos verla en la grandiosidad de sus obras portentosas. Como dice en otro salmo: Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. La Escritura nos recuerda lo que vemos con nuestros ojos de modo que no tenemos excusa. La gloria es de Dios. Meditaremos en ello en las siguientes reflexiones.
Toda la creación de Dios manifiesta la gloria de su nombre.