120 – Orando con el salmista – FINAL

Orando con el salmista - Portada¡Aleluya! Alabad a Dios en su santuario; alabadle en su majestuoso firmamento. Alabadle por sus hechos poderosos; alabadle según la excelencia de su grandeza. Alabadle con sonido… con arpa… con pandero y danza… con instrumentos de cuerda y flauta… con címbalos sonoros… con címbalos resonantes. Todo lo que respira alabe al Señor. ¡Aleluya!   (Salmos 150).

         Comenzamos estas meditaciones sobre el libro de Salmos viendo a Dios como nuestro refugio. Acabamos con la necesidad de alabarle continuamente y con todo tipo de instrumentos musicales. Refugio y alabanza. Son complementarios, porque la alabanza al Dios de Israel forma un refugio que nos protege de la idolatría de nosotros mismos. Dios establece su reino en la alabanza. Nuestro hombre no se cansa de repetirlo: ¡«alabadle»! Hacedlo en el santuario escogido, hacedlo bajo el firmamento, en cualquier lugar bajo el sol. La adoración a Dios levanta un altar en el lugar donde nos encontramos. Hagámoslo en espíritu y en verdad. Traspasemos el velo de carne. Soltemos nuestras cadenas y manifestemos con júbilo la alabanza. Con todo tipo de instrumentos y danza. Todo lo que respira le alabe. Hemos recibido Su aliento de vida, por tanto, devolvámoslo en gratitud y exaltación. Hemos sido creados para la alabanza de la gloria de su gracia (Efesios 1:6). Nuestras vidas le pertenecen. Los adoradores viven para El.

         Padre, te damos gracias por escogernos para alabanza de tu gloria. Establece tu reino en medio de la alabanza en Israel, en España y en las naciones. Que Jesús, el Rey, sea levantado. Le esperamos. Amén.

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