La decadencia predominante
En el capítulo 22 de Ezequiel se vuelve a ver el terrible juicio de Dios sobre la ciudad de Jerusalén. Hay una exposición bastante exhaustiva de muchas de las formas de pecado de aquella sociedad, y que tanto nos recuerdan a la actual, no hay nada nuevo debajo del sol.
Entre otras, se menciona la corrupción de los sacerdotes (22:26), de los príncipes (22:27), de los mismos profetas (22:28), y termina la relación con las gentes de la tierra (22:29 LBLA) que se han entregado masivamente al pecado. Y luego dice:
Busqué entre ellos alguno que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyera, pero no lo hallé. He derramado, pues, mi indignación sobre ellos… (Ez. 22:30-31 LBLA)
Cuando la decadencia de la sociedad es tan fuerte, los pocos justos que hay, o bien son contaminados con las formas de vida mundanas, —la sal se vuelve insípida—, o solo tienen fuerzas para mantenerse firmes ellos mismos ante la avalancha de ignominia, sin poder ponerse al frente para levantar muro y hacer vallado a favor de la tierra. Este parece ser el caso del libro de Ezequiel, puesto que habían sido sellados algunos que gemían y se lamentaban (Ez. 9:4), pero en este capítulo el Señor no encuentra ni uno solo para hacer vallado.
Hoy nos ocurre esto. A duras penas podemos mantener la integridad en un mundo donde se ha «normalizado» y legalizado la maldad, donde a lo bueno se le dice malo, y a lo malo bueno, donde el relativismo moral es de tal nivel que cualquier cosa es posible bajo leyes extremadamente permisivas para el pecado y las pasiones más bajas del hombre. La bandera de la intolerancia es levantada allí donde se quiere poner coto a la injusticia.
Se cumplen los dichos de Proverbios:
Cuando los justos triunfan, grande es la gloria, pero cuando los impíos se levantan, los hombres se esconden (Pr. 28:12 LBLA). Cuando los impíos se levantan, los hombres se esconden; mas cuando perecen, los justos se multiplican (Pr. 28:28 LBLA). Cuando los justos aumentan, el pueblo se alegra; pero cuando el impío gobierna, el pueblo gime (Pr. 29:2 LBLA).
En resumen, cuando los valores morales de un país se corrompen; cuando la iglesia es decadente y está mezclada con los sistemas mundanos humanistas, relativistas y permisivos, la esperanza queda unida a los pocos sellados, el remanente fiel que ora a Dios, gime ante su trono, no como un ritual religioso, sino se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella (Ez.9:4 LBLA). En este caso, habrá una posibilidad para desviar el juicio, aplazarlo o frenarlo. De no ser así, debemos recordar las palabras del apóstol: La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen [detienen] la verdad… Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido (Rom. 1:18,21LBLA).
Por último, me gustaría dar una vertiente más del mismo engaño que venimos denunciando.
Continuará…