A Moisés dio a conocer sus caminos, y a los hijos de Israel sus obras… (Salmos 103:7).
La vida de Moisés es otro ejemplo de la renovación de Dios como la del águila. A sus cuarenta años huyó de Egipto, entró en el desierto, y quedó sepultado bajo el ardiente sol, lejos del brillo faraónico. A los ochenta años llegó la renovación del propósito de Dios para su vida. Una vez aceptado el desafío de regresar a Egipto, el proceso regenerador de su carácter había sufrido una transformación milagrosa: de homicida al más humilde de los hombres. De una potencialidad resuelta, a la insuficiencia dependiente de la gracia. Con fuerzas renovadas comprendió los caminos de Dios, y pudo guiar al pueblo de Israel otros cuarenta años por el desierto que había conocido en soledad. Los hijos de Israel, aquella generación esclava en Egipto, no conoció los caminos de Dios, pero vieron sus obras de la mano de Moisés y Aarón. Podemos ver las obras de Dios y oponernos a sus caminos. Las Escrituras muestran a menudo que Dios revela sus caminos a unos pocos, pero sus obras a la gran mayoría. El hombre natural y carnal busca señales y obras, mientras que el espiritual reconoce sus caminos. Nuestro camino es Jesús. Con él tendremos obras preparadas de antemano (Efesios 2:10). Sin él, habrá muchas obras humanas edificadas sobre paja y hojarasca.
Padre amado, renueva nuestras fuerzas y carácter para que conozcamos tus caminos y señalemos tus obras, en el nombre de Jesús. Amén.