Eventos principales (I) – El Rey que viene (3) – Nacido de una virgen
He aquí vienen días, dice YHVH, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y éste será su nombre con el cual le llamarán: YHVH, justicia nuestra (Jeremías 23:5,6)
Nacido de una virgen. La encarnación.
El profeta Isaías habla de él ampliamente. Lo identifica como un niño dado a Israel, cuyos títulos impresionan: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Además menciona lo dilatado de su imperio, cuya paz no tendrá límites, y culmina con la declaración de que será puesto sobre el trono de David, y su reino para siempre (Is.9:6,7). El profeta Miqueas menciona Belén Efrata como lugar de su nacimiento, de allí saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde los días de la eternidad (Miq.5:2).
El Rey que viene es hombre, nacido de mujer, pero sus días se remontan a la eternidad. Es hombre y Dios. Siervo y Señor. Una conjugación difícil de comprender para los prejuicios religiosos y las limitaciones de una mente natural. Los principales sacerdotes y escribas del pueblo de Israel sabían que nacería en Belén, así lo declararon a Herodes, respondiendo a la pregunta de los magos sobre dónde nacería el rey de los judíos (Mt.2:1-6). Este suceso pone de manifiesto que podemos conocer algunas Escrituras perfectamente, identificar textos claros, y perder al mismo tiempo la revelación que emana de ella misma por no conocer el tiempo de la visitación. La palabra revelada necesita el espíritu de revelación, junto con la actitud correcta, para poder conectar con su mensaje.
El ángel que visitó a María, la mujer escogida como seno materno para la encarnación del Mesías, le dijo: Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:31-33).
La encarnación es un tema principal en la Escritura. Era necesario preparar un cuerpo humano, porque el cuerpo contiene sangre, y la sangre es para ser derramada, porque sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Por tanto, la encarnación del Hijo de Dios es una verdad esencial de la fe bíblica. Lo venimos viendo desde Génesis 3:15, el primer anuncio sintetizado del evangelio, cuya verdad central es la venida de la simiente de la mujer, un hijo de mujer, nacido como hombre, el postrer Adán.
El apóstol Juan enseña con rotundidad que para saber diferenciar el mensaje que emana del Espíritu de Dios y el del espíritu del anticristo, la clave fundamental está en la confesión que se hace respecto al Mesías y su venida en carne. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo (1Jn.4:2,3). Y lo repite en su segunda carta. Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo (2 Jn.7).
Saber de qué espíritu somos se revela por lo que confesamos. Los espíritus se identifican por lo que hablan, la verdad bíblica que confiesan, o el error que transmiten. Y en esto el epicentro de la revelación está en reconocer la venida en carne del Hijo de Dios. La encarnación es doctrina fundamental de la fe puesto que en ella descansa la manifestación de Dios en la Escritura (Heb.1:1). No es un tema baladí, ni secundario en cuanto a doctrina.
Tal vez tenemos aquí una de las respuestas al por qué padecemos una campaña insensata cada año en la fecha tradicional de la Navidad. Al margen de la mezcla pagana –y que verdad bíblica no está leudada con cizaña− que contiene dicha fiesta, el centro de su mensaje está en la encarnación. Nos ha nacido un niño (Isaías 9:6). La virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel (Isaías 7:14). Es la simiente de la mujer que había de venir para redimir a la humanidad y derrotar a la serpiente antigua. Ese es, y no otro, el centro de la cuestión. Las campañas islamistas y laicas para erradicar todo vestigio de celebración de la encarnación como hecho histórico en las naciones de tradición judeocristiana se acentúan cada año. Se pretende negar la confesión abierta de que ha nacido la simiente de la mujer, el Mesías que había de venir para redimir.
El autor de la carta a los Hebreos, recogiendo el texto del Salmo 40:6-8, dice: Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí… He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad… En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez y para siempre (Heb. 10:5-10).
Si no hay cuerpo, tampoco hay ofrenda; si no hay ofenda, tampoco hay redención; si no hay redención, no hay perdón de pecados. La negación de la encarnación de Jesús nos devuelve a la desesperanza y la condenación. No hay esperanza sin encarnación. No hay salvación sin la ofrenda del cuerpo del Mesías levantado en el Gólgota. Las ofrendas anteriores no pudieron borrar el pecado, solo lo taparon por un tiempo hasta que vino Aquel que quita el pecado del mundo. El Cordero de Dios.
Uno de los títulos mesiánicos más usados en los evangelios es el de Hijo del Hombre, que aparece ampliamente en el libro del profeta Ezequiel (Ez.2:3), y que menciona el profeta Daniel (Dn.7:13; 10:16). El Rey que ha de venir es un hombre, aunque mucho más que hombre. Nacido de una virgen judía, de la descendencia de Abraham y Sara, Isaac y Jacob, de la tribu de Judá y la familia de David. Nacido en Belén se encarnó en el cumplimiento del tiempo, −en su primera venida−, para redimir a Israel y las naciones mediante el evangelio; y volverá como Rey para establecer su reino en la tierra que fue prometida a Abraham para siempre. Su nombre es Yeshúa (Jesús), el Hijo del Hombre.
Por tanto, reafirmemos nuestra fe en la encarnación, porque de ella depende todo el desarrollo de la salvación y redención del mundo, incluyendo el futuro reino mesiánico que se sustenta sobre la base del Siervo de YHVH entregado en sacrificio (Isaías 53); para poder reinar habiendo derrotado la simiente de la serpiente (Génesis 3:15). Nació de una virgen, fue llamado Jesús (Yeshúa), porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt.1:21). Nació de una virgen para recibir el trono de David su padre; y reinar sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:32,33). Amén.