TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (1 Parte)

Tiempos finalesTIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (1)

El Señor de los Ejércitos Celestiales dice: Dentro de poco, haré temblar los cielos y la tierra, los océanos y la tierra firme una vez más. Haré temblar a todas las naciones y traerán los tesoros de todas las naciones a este templo. Llenaré este lugar de gloria […] La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria […] y en este lugar, traeré paz. ¡Yo, el Señor de los Ejércitos Celestiales, he hablado (Hageo 2:6-9 NTV)

Cuando Jesús asistió a la boda de Caná de Galilea, después de haber convertido el agua en vino, el maestro de ceremonias dándose cuenta de lo que había ocurrido le dijo al novio: normalmente se sirve el mejor vino primero, y una vez que todos han bebido bastante, comienza a ofrecer el vino más barato. ¡Pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora! Esta fue la primera vez que el Mesías manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él (Juan 2:6-11). Parece haber aquí un principio que se repite a lo largo de toda la Escritura. El Señor deja lo mejor de su plan para el final. Los procesos que se suceden en el recorrido bíblico nos muestran que en primer lugar aparece lo de inferior calidad para avanzar hacia el culmen, la apoteosis final que pone el sello de la gloria de Dios en una dimensión plena. Caminamos hacia la plenitud. La vida del justo es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto (Proverbios 4:18). Hemos ido viendo a lo largo de esta serie algunas de las señales que preceden la venida del Señor. Hemos hecho un breve recorrido anotando algunos de los acontecimientos cargados de aflicción que van delante de la manifestación de su reino. Como dice el apóstol Pedro: Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos (1 Pedro 1:10-11). Primero los sufrimientos, después las glorias que le siguen. Ahora veremos, al finalizar esta serie sobre señales de los tiempos finales, cómo en esos mismos tiempos de aflicción y angustia hay una señal anunciada también para el mismo periodo: derramamientos del Espíritu sobre toda carne. Tendremos ocasión de meditar en algunos textos relevantes al respecto, pero ahora quiero enfatizar el principio al que me refería anteriormente y que aparece como un modelo divino en el devenir de la historia de la redención y su proceso ascendente hasta la plenitud final de los tiempos. Encontramos al inicio de la revelación de Dios, en el libro de Génesis, que había caos y vacío hasta que la voz creadora del Rey del Universo lo puso en orden.

         Tras las obras de la carne aparece el fruto del Espíritu derramado.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (2)

El Señor de los Ejércitos Celestiales dice: Dentro de poco, haré temblar los cielos y la tierra, los océanos y la tierra firme una vez más. Haré temblar a todas las naciones y traerán los tesoros de todas las naciones a este templo. Llenaré este lugar de gloria […] La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria […] y en este lugar, traeré paz. ¡Yo, el Señor de los Ejércitos Celestiales, he hablado (Hageo 2:6-9 NTV)

El profeta Hageo desarrolló su ministerio en días cuando el antiguo templo de Salomón había sido destruido y uno nuevo estaba siendo edificado. La restauración del culto se estaba abriendo camino en medio de un gran conflicto para impedir los tiempos de restauración del viejo templo. La voz de Hageo y Zacarías se elevaron ante el pueblo de Judá para alentar su edificación en Jerusalén. Este nuevo edificio no alcanzaría el esplendor de aquel otro construido por el rey Salomón en tiempos de paz y prosperidad nunca antes vistos en Israel. Aún así, los judíos venidos del exilio babilónico sabían que una parte esencial de su reconstrucción nacional pasaba por el levantamiento del templo como eje central de su actividad espiritual. El culto debía ser restaurado. El altar levantado. Los sacrificios ofrecidos. Todo ello como parte vital de los nuevos tiempos para la nación judía. Sin embargo, la voz profética, con su alcance intemporal y eterno, anunciaba otro tiempo aún más glorioso para el futuro. La gloria postrera de esta casa, el templo reconstruido en Sión en medio de gran oposición, era presagio de un tiempo aún por venir cuya gloria futura sería inmensamente mayor que lo vivido hasta ese momento por el pueblo de Israel. La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria. Si hacemos en este punto un paralelismo del nuevo templo que Jesús levantaría en tres días (Juan, 2:18-22), viéndonos como piedras vivas del nuevo templo, cuya gloria postrera será mayor que la primera, y pensamos en el cuerpo terrenal como gloria pasajera temporal, y el cuerpo espiritual como gloria eterna e inmortal, sabremos que la mayor gloria está aún por llegar llenándonos de esperanza en medio de las aflicciones del tiempo presente. Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:16-18).

         La gloria postrera de nuestros cuerpos mortales tendrá un peso mayor de gloria y eternidad en la redención final del cuerpo (Romanos 8:23).

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (3)

El Señor de los Ejércitos Celestiales dice: Dentro de poco, haré temblar los cielos y la tierra, los océanos y la tierra firme una vez más. Haré temblar a todas las naciones y traerán los tesoros de todas las naciones a este templo. Llenaré este lugar de gloria […] La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria […] y en este lugar, traeré paz. ¡Yo, el Señor de los Ejércitos Celestiales, he hablado (Hageo 2:6-9 NTV)

Sigamos un paso más en este importante texto del profeta Hageo. Hemos dicho que hay un principio en la Escritura que pone de manifiesto el orden de la creación de Dios. También en el proceso de la redención. Génesis comienza con caos y vacío, —seguramente después de una batalla cósmica no revelada salvo en algunos detalles del contenido bíblico—, para reiniciar (palabra de moda que algunos pretenden imitar haciéndose pasar por dioses, me refiero al Foro de Davos y su estrategia de control de las naciones) el plan de Dios comenzando con la creación del mundo material para culminar ese primer desarrollo con el aliento de vida en el ser humano, —sello de la creación de Dios, creado a su imagen y semejanza—, es decir, la dimensión espiritual que sigue a la física. La creación terrenal y natural del hombre para avanzar a la regeneración, el nuevo hombre (el que algunas ideologías también quieren imitar en oposición a Dios, con prepotencia y rebelión, léase el humanismo, el comunismo y más recientemente el transhumanismo, la supuesta creación por el hombre de un ser mitad humano mitad máquina tecnológica), sacado a luz por la redención del Mesías: la inmortalidad. En palabras del apóstol: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial (1 Corintios 15:45-49). Podemos ver que es el mismo mensaje del profeta Hageo. La futura gloria de este templo será mayor que la primera, y todo ello en múltiples verdades que desembocan siempre en lo mejor al final. Cuando Pablo escribe a los gálatas hace el recorrido de las obras de la carne en primer lugar siguiéndole el fruto del Espíritu. Primero nació Ismael, el hijo de la carne, luego vino Isaac, el hijo de la promesa. Primero la sombra de lo que había de venir, en referencia a la ley dada a Moisés, luego la imagen misma de su sustancia en la persona del Mesías. La futura gloria viene después o en medio de gran tribulación.

         Aceptemos los procesos divinos y el orden establecido para lo mejor.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (4)

El Señor de los Ejércitos Celestiales dice: Dentro de poco, haré temblar los cielos y la tierra, los océanos y la tierra firme una vez más. Haré temblar a todas las naciones y traerán los tesoros de todas las naciones a este templo. Llenaré este lugar de gloria […] La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria […] y en este lugar, traeré paz. ¡Yo, el Señor de los Ejércitos Celestiales, he hablado (Hageo 2:6-9 NTV)

Antes de la regeneración de todas las cosas viene un temblor divino que hace estremecer y remueve todas las cosas creadas. El Señor, —dice el profeta—, hará temblar los cielos, la tierra, los océanos y a todas las naciones. Es el mismo mensaje del autor de la carta a los Hebreos cuando dice: La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. La voz de Dios conmovió primeramente al pueblo de Israel en el monte Sinaí, donde estaban espantados y asustados al oír el estremecimiento del monte cuando el Señor se manifestó a Moisés. Ahora se anuncia un estremecimiento mayor sobre toda la creación antes de la manifestación de su reino, porque añade el mismo autor: Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia (Hebreos 12:26-28). Y esto concuerda con las palabras del apóstol Pedro cuando escribe que en el día del Señor los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas; luego insta a los hijos de Dios a vivir de manera santa y piadosa, esperando la venida del Señor, cuando los cielos, encendiéndose serán desechos, y los elementos se fundirán por el fuego, y añade: Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia (2 Pedro 3:13). Es la regeneración final. La consumación de los tiempos. La transformación del cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya (Filipenses 3:21). Esa es la gloria postrera. La gloria que le pidió el Señor al Padre en su oración sacerdotal por los suyos: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado (Juan 17:24). Cuando miramos al Señor cada día de nuestra vida en medio de las aflicciones del tiempo presente, somos transformados de gloria en gloria a su misma imagen por medio del Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18). Avancemos a esa gloria siempre mayor.

         Los temblores de Dios preceden a la gloria postrera de la casa.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (5)

El Señor de los Ejércitos Celestiales dice: Dentro de poco, haré temblar los cielos y la tierra, los océanos y la tierra firme una vez más. Haré temblar a todas las naciones y traerán los tesoros de todas las naciones a este templo. Llenaré este lugar de gloria […] La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria […] y en este lugar, traeré paz. ¡Yo, el Señor de los Ejércitos Celestiales, he hablado (Hageo 2:6-9 NTV)

Una de las manifestaciones evidentes cuando queda establecido el reino de Dios en el corazón de una persona es la paz. También lo será cuando la tierra sea llena del conocimiento de la gloria del Señor. La paz de Dios supera el entendimiento y los pensamientos, traspasa las circunstancias introduciéndonos en la dimensión del reino inconmovible, los poderes del siglo venidero. Es la paz que se establece después de una batalla. Cuando el Señor se presentó a los suyos una vez culminada la redención, tras haber sido escarnecido en la cruz, sepultado, y tras la angustia de la muerte, clamando al que le podía librar de ella (Hebreos 5:7), lo hizo con este mensaje: Paz a vosotros (Juan 20:21,26). Tras la batalla que había sido librada, finalmente se impuso la paz del vencedor sobre todos los poderes de las tinieblas. Por tanto, la paz viene después de la victoria final. El reino de Dios es paz. No es comida ni bebida bajo los rudimentos de este mundo, sino justicia, paz y gozo en el Espiritu Santo (Romanos 14:17). El Maestro anunció a los suyos que en el mundo tendrían aflicción, pero él vencería los poderes de este mundo para poder establecer la paz del cielo en el corazón de los hombres (Juan 16:33). Una y otra vez nos encontramos que antes de su venida hay aflicción y dolor; primero nacemos en un mundo hostil, cuyos parámetros son violentos y convulsos. La tierra está llena de oscuridad, los dolores de parto anuncian el alumbramiento del nuevo día; el aumento de la maldad precede al derramamiento del Espíritu. El hastío de las injusticias levanta un clamor por la verdad, la justicia y la libertad. La creación gime por su redención, nosotros también gemimos por el advenimiento del nuevo día. El caos y la confusión dan lugar al orden de la palabra de Dios y la misericordia que nos guía todos los días de nuestra vida. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella (Juan 1:5). Todo para recordarnos que las señales de tribulación y angustia antes de su venida son la antesala del día con más luz. Pero además en esos días también convergen los derramamientos del Espíritu Santo sobre toda carne como veremos en próximas meditaciones.

         La paz del reino viene después de la batalla por la justicia y la verdad duraderas. Solo así quedará establecida firmemente en nuestros corazones.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (6)

Entonces, después de hacer todas esas cosas, derramaré mi Espíritu sobre toda la gente. Sus hijos e hijas profetizarán. Sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes tendrán visiones. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los sirvientes, hombres y mujeres por igual. Y haré maravillas en el cielo y en la tierra… (Joel 2:28,29,30 NTV)

El mensaje de los profetas de Israel contiene generalmente una parte de juicio y denuncia por el pecado, y otra de restauración cuando el pueblo se vuelve a su Dios, o bien tras el juicio inevitable por falta de arrepentimiento. La maldad, iniquidad e injusticias que se derivan de ella acaban en hartazgo cuando la opresión hace gemir el alma humana levantando un clamor para luchar por su liberación. La Escritura enseña con claridad esta verdad, aunque el clamor no sea generalizado, sino el de un remanente fiel que angustiado ante las injusticias insoportables de hombres perversos y malos levantan su intercesión al cielo en busca de justicia y paz. Entonces, después de soportar con paciencia el juicio decretado por sus pecados, y una vez concluida la sentencia, el Señor se levanta en favor de su pueblo derramando su Espíritu sobre toda carne. Es lo que anuncia el profeta Joel tras haber llamado a la nación a reunirse en ayuno y clamor por el juicio de la oruga, el saltón y la langosta que los había devorado. Lo vemos en Egipto cuando el pueblo de Israel quedó atrapado bajo la tiranía de Faraón y los hebreos eran afligidos por el látigo de sus capataces. Una vez elevado el clamor al cielo el Señor envió a Moisés para establecer un proceso de redención que culminaría con la salida de Egipto y una nueva vida en libertad. Los últimos tiempos tienen también algo de todo lo que acabamos de decir. En medio de angustias y opresiones diversas, el Señor derrama su Espíritu sobre mucha gente y pueblos capacitándoles para afrontar los días de adversidad y oprobio. Estos derramamientos del Espíritu también levantan a muchas personas sencillas y anónimas que salen por todas partes anunciando la buena nueva a los afligidos. Fue lo que ocurrió el día de Pentecostés en Jerusalén cuando el apóstol Pedro identificó la profecía de Joel con aquellos días. Partiendo de la capital de Israel el evangelio fue anunciado por todas aquellas regiones primeramente, para luego extenderse a todas las naciones. Y se hizo en medio del dominio romano sobre Judea. A pesar de la opresión imperial, el Espíritu de Dios capacitó a muchos mensajeros para llevar el mensaje liberador a las naciones. El poder del reino de Dios manifestado por su Espíritu produjo gran refrigerio.

         El evangelio siempre ha avanzado en medio de gran oposición mediante derramamientos del Espíritu sobre toda carne.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (7)

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen […] Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare (Hechos 2:4,38,39)

La historia del pueblo de Dios es como una línea ondulada, con altibajos, tiempos de plenitud con avances del reino de Dios, y otros de estancamiento, decadencia, clamor y avivamientos. Lo vemos primeramente en la historia antigua del pueblo de Israel. Después de salir de la opresión y esclavitud en Egipto, donde el faraón había amargado su existencia mediante un régimen laboral opresor, Israel pasó el mar Rojo (figura del bautismo en agua) y fueron bautizados en la nube de día y el fuego de noche 1 Corintios 10:2 (figura del bautismo en el Espíritu Santo) que los acompañó y estuvo con ellos todo el camino por el desierto. La redención dio lugar a un día de alabanza y júbilo por la victoria sobre los dioses de Egipto que los habían tiranizado. Pero pronto comenzaron las quejas por la escasez de alimentos y agua. Moisés tuvo que lidiar con un pueblo que habiendo visto las grandes señales que Dios había hecho en Egipto y seguía haciendo en el desierto, no impidieron la murmuración y el desorden de los apetitos carnales. De tal forma que toda aquella generación no pudo entrar en la tierra prometida. Fue la siguiente, junto con Caleb y Josué, remanente siempre presente en el pueblo de Dios, quienes entraron y conquistaron las promesas que eran para ellos, sus hijos y las siguientes generaciones. Este es el patrón que encontramos en el devenir de Israel a lo largo de la Biblia: Tiempos de avance de la voluntad de Dios mediante el pueblo elegido para sus propósitos, y otros de decadencia donde se paralizan los planes del Señor hasta la llegada de otra generación que le busca y sobre quienes vuelve a derramar su Espíritu reiniciando así el propósito al que fueron llamados. Esta misma secuencia la encontramos en la historia de la iglesia a lo largo de los últimos dos milenios. Después de Pentecostés, donde todos fueron llenos del Espíritu, salieron a todas las naciones con el evangelio que es poder de Dios. Pero pronto el impulso inicial se perdió y encontramos en la carta de Pablo a Timoteo la exhortación a avivar el fuego del don de Dios que estaba en él (2 Timoteo 1:6). En esa misma carta el apóstol anunció tiempos peligrosos por el carácter perverso de los hombres en los postreros días, de ahí la necesidad de avivar el fuego del don de Dios.

         Necesitamos volver a ser llenos del Espíritu Santo como en Pentecostés.

 

TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (8)

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen […] Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare (Hechos 2:4,38,39)

Toda experiencia de derramamiento del Espíritu en una congregación levanta dudas, burlas y persecución. El hombre natural no percibe las cosas de Dios. Por su parte el hombre religioso prefiere la seguridad de una estructura eclesiástica que levante un edificio en el que pueda sentirse cobijado y cuyos límites no se traspasen perturbando su tranquilidad. Así fue el día de Pentecostés en la ciudad de Jerusalén. La experiencia plena de los apóstoles fue perturbadora en la ciudad. El pueblo se juntó viendo el estruendo provocado por el suceso que previamente había anunciado el Maestro a sus discípulos. La multitud se mostró confusa, atónita y maravillada. Todo ello en la misma masa de gente. Siempre es así en los distintos avivamientos que han surgido a lo largo de la historia. La perplejidad de los espectadores dio paso al primer discurso del apóstol Pedro. Al hacerlo, identificó la experiencia que acaban de tener con la profecía de Joel. En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne (Hechos 2:17). Las consecuencias de ese derramamiento serían: profecías, visiones, sueños, prodigios, señales y salvación mediante la invocación del nombre del Señor para ser salvo. La multitud, después de oír al apóstol encararlos con su propia responsabilidad en la muerte del Mesías, fue herida en su conciencia, y compungidos de corazón dijeron: Varones hermanos, ¿qué haremos? La respuesta fue inmediata: Arrepentíos, bautizaos y recibiréis el don del Espíritu Santo. Tres mil personas respondieron al llamamiento de Pedro recibiendo la palabra anunciada, y a partir de ese momento sus vidas quedaron unidas a la comunión que se había producido como consecuencia del derramamiento del Espíritu Santo. Los postreros tiempos habían comenzado. El Imperio Romano seguía dominando el mundo conocido. Israel estaba subyugado políticamente al yugo de Roma pero algo nuevo había tenido lugar y ese movimiento sobrenatural superaría las adversidades llegando a cada rincón del mundo conocido. Hoy también los días son malos. Vivimos sometidos en gran medida a una tiranía globalista; los nuevos faraones pretenden someternos a esclavitud y opresión, pero el derramamiento del Espíritu de Dios sigue siendo nuestra mayor necesidad.

         El don del Espíritu nos pondrá a salvo de esta generación perversa.

 

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