Supliqué tu favor con todo mi corazón; ten piedad de mí conforme a tu promesa (Salmos 119:58).
La vida de oración tiene condiciones. No sirve solo con saber que Dios conoce nuestras necesidades. Hay que realizar un recorrido. Desarrollar un proceso. Cumplir ciertos condicionantes. De lo contrario no estamos orando al Dios de la Biblia. Nuestro hombre nos pone ante varias de las condiciones que son imprescindibles para una vida de oración según la voluntad de Dios. La primera que nos presenta es la de nuestra actitud. La actitud del corazón es fundamental para ser oído por Dios. Al corazón contrito y humillado no despreciarás tu, oh Dios (Salmo 51:17). Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará (Salmos 68:18). Por tanto, el salmista viene ante el trono con una actitud de súplica, sin arrogancia, sin exigencias de una fe mal entendida, sin presunción. La actitud del corazón es central. Suplicó el favor de Dios. Es inmerecido, por tanto, solo se puede suplicar, y al hacerlo debe ser compacto, sin doblez, sin doble ánimo. El que duda no recibirá nada del Señor. Además apela al carácter piadoso del Eterno. Dios es bueno. Se deleita en hacer misericordia a los hijos de los hombres. Es parte de su promesa. La promesa de mostrarse misericordioso para los que le aman y guardan sus mandamientos (Éxodo 20:5,6). Toda su oración está basada en el carácter de Dios y en sus promesas. Está centrado en la revelación que Dios ha hecho de sí mismo en las Escrituras. Tu favor… tú promesa. Y, si sabemos que pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que El nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho (1 Juan 5:14,15).
Padre, pedimos tu favor, según tus promesas, para Israel y nuestra nación. Suplicamos tu misericordia en esta hora, en el nombre de Jesús. Amén.