285 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoEventos principales (II) – Desde Sion (4) – La ciudad de nuestro Dios

Grande es YHVH, y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey (Salmos 48:1,2) Porque esperaba [Abraham] la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios… Anhelaban una mejor, esto es, celestial… Dios… les ha preparado una ciudad (Hebreos 11:10,16)

La ciudad de nuestro Dios

En el lugar escogido para poner allí su nombre, Dios ha preparado una ciudad. La fortaleza de Sion que conquistara el rey David se ha convertido en una ciudad, la ciudad de nuestro Dios, el gozo de toda la tierra. Hemos dicho que esta ciudad contiene dos vertientes, una terrenal y otra celestial. Lo vemos claramente en la Escritura. Los textos que hemos escogido hablan de ambas realidades. Es un lugar geográfico y también contiene una dimensión espiritual que la trasciende, pero nunca la elimina ni la suplanta. Ambas realidades son complementarias en la revelación del plan de Dios.

La teología no puede ni debe espiritualizar la Escritura caprichosamente. Abraham vivió en estas dos realidades. Por un lado se le prometió una tierra en la que anduvo como extranjero y peregrino, y a la vez vivía la realidad de una dimensión trascendente que la superaba. Los profetas de Israel escriben sobre la era mesiánica uniendo también estas dos realidades, la Sion terrenal y celestial. Jesús vivió con su cuerpo glorificado, una vez resucitó de los muertos, en la ciudad de Jerusalén durante cuarenta días, y a la vez podía subir al Padre.

Jerusalén es la ciudad de nuestro Dios. En ella coinciden y se superponen la realidad terrenal y la revelación trascedente de su reinado. Nuestro Rey vendrá a Jerusalén y allí asentará su trono sobre todas las naciones. La gran atracción de Sion en la era mesiánica será la presencia del Rey en ella. Yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Y desde ese lugar escogido se enseñarán los caminos de Dios a todas las naciones que subirán a Sion reconociéndola como cabeza de montes; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de YHVH (Isaías 2:1-4). Es en Sion donde será puesto el fundamento mediante una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable, y los que creen en ella no serán avergonzados (Is.28:16) (Rom.9:33). Esa piedra angular, la Roca, es el Mesías. Esa piedra cortada sin intervención humana, según la profecía de Daniel, golpeará todos los reinos para levantar uno que no será jamás destruido, el reino mesiánico (Dn. 2:28,34,35,44).

Esta ciudad será habitada sin muros, porque el Señor será su muro y fortaleza (Zac.2:4,5). Es la ciudad de nuestro Dios. La presencia del Rey en la era mesiánica será un anticipo de la gloria final de la ciudad como se expone en los últimos capítulos del libro de Apocalipsis. El Señor morará en medio de ella, por lo cual la hija de Sion levantará canción y gozo ante su presencia (Zac. 2:10). Como hemos cantado en tantas ocasiones mirando por fe a la ciudad del futuro: Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel (Is.12:6).

Sion es la ciudad de nuestro Dios, el Elohim de Israel. Es celoso por su ciudad, su esposa –como aparece en Apocalipsis−, por ello está escrito: Celé con gran celo a Jerusalén y a Sion… Celé a Sion con gran celo, y con gran ira la celé (Zac. 1:14 y 8:2). La restauración de Sion nos devuelve el esposo-Rey a la tierra, y esta ciudad será llamada Ciudad de la Verdad, y el monte de YHVH, Monte de Santidad (Zac. 8:3). Por eso Sion es el gozo de toda la tierra; de allí sale la revelación a todos los pueblos; el conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar (Is.11:9) (Hab.2:14).

En la ciudad de nuestro Dios afirmará sus pies el Mesías, en el monte de los Olivos, frente a Jerusalén; vendrá el Señor Dios y con él todos los santos (Zac.14:4,5). Ese día es conocido por el Señor, y el Mesías será rey sobre toda la tierra (Zac.14:7,9). Jesús viene a Jerusalén; con él sus santos, como dijo el apóstol, para reinar desde el monte Sion sobre todas las naciones, esto será en el reino mesiánico, antes del fin.

Y el profeta reitera: Vendrá el Redentor a Sion (Is.59:20). Son innumerables las profecías que lo anuncian. El Mesías pondrá su Espíritu y sus palabras sobre los moradores de Jerusalén que serán portadores de buenas nuevas a los pueblos (Is.59:21). Yeshúa ya entró hace dos mil años en la ciudad de Jerusalén, aclamado por las multitudes, montado sobre un pollino de asno (Zac.9:9). Hubo gran regocijo, de tal forma que las autoridades religiosas le pidieron que hiciera callar a sus discípulos. Jesús entró en la Jerusalén terrenal, y volverá a hacerlo  de la misma manera en la Sion renovada y edificada en su segunda venida. Una vez más vemos las dos dimensiones de Sion en el cumplimiento de la profecía. Hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra (Zac. 9:10). Habrá salvación para Israel como rebaño de su pueblo; porque como piedra de diadema serán enaltecidos en su tierra (Zac.9:16).

Todo ello, y mucho más, −como veremos−, tiene como centro de su manifestación la ciudad de nuestro Dios, la Jerusalén terrenal y celestial en sus dos vertientes de la voluntad del Eterno. Sin embargo, el Adversario, sigue oponiéndose. La 29 cumbre de la Liga Árabe, iniciada el pasado 15 de abril, ha realizado un  comunicado rechazando categóricamente reconocer Jerusalén (Al-Quds, en la terminología islámica) como capital de Israel. Una fortaleza espiritual con más de mil quinientos millones de seguidores (todo el mundo musulmán) se opone a la profecía y la palabra del Eterno Dios de Israel.

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