Sacrificios de alabanza y gratitud (3)
Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel (Salmos 22:3 RV-60). Sin embargo, tú eres santo; estás entronizado en las alabanzas de Israel (Salmos 22:3 NTV).
La alabanza de un corazón rendido al Dios de Israel tiene el potencial para manifestar su presencia en medio nuestro. Dios habita en medio de un pueblo que le adora. Es la misma experiencia cuando los patriarcas levantaban un altar en algún lugar determinado. Israel es nuestro modelo. Una vez construido el tabernáculo según el diseño que el Señor le había mostrado en el monte la gloria de Dios lo llenó con su presencia. Cuando fue levantado el templo en Jerusalén en días del rey Salomón, y habiendo invocado su nombre en oración, la gloria de Dios llenó la casa. Se hizo presente. Cuando la adoración verdadera se prostituyó con ídolos de naciones foráneas su presencia abandonó el templo quedando el pueblo desprotegido y a merced de sus enemigos.
Una vez que el profeta Elías reconstruyó el altar del Señor que estaba arruinado por el culto a Baal, el fuego del cielo cayó y consumió el holocausto. Cuando el nuevo pacto quedó establecido mediante la sangre de Jesús, y el Espíritu de Dios vino a morar en todos aquellos que le invocan, fuimos hechos templo del Espíritu para ofrecer nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es nuestro culto racional (Romanos 12:1). Ofrecemos sacrificios de alabanza, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre (Hebreos 13:15). Hemos venido a ser, (después de acercarnos a Jesús, que como piedra viva fue desechada por los hombres, aunque escogida y preciosa para Dios), piedras vivas para ser edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, ofreciendo sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1Pedro 2:4,5).
El texto del salmo que estamos meditando comienza con desamparo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Es el desamparo del Mesías en la cruz y el nuestro en algunas experiencias de la vida. Sin embargo, esa falta de respuesta se convirtió en la verdad de que Dios habita en medio de la alabanza, poniendo su trono —entronizado dice la versión NTV— en medio de la angustia por el sentimiento de abandono. El rey Josafat vivió un episodio de gran presión cuando se juntaron sus enemigos para invadir Judá. Después de humillarse y buscar al Señor, está escrito: Cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso… emboscadas… y se mataron los unos a los otros (2 Crónicas 20:22). El Señor había puesto su trono en medio de ellos.
Dios hace su habitación (tabernáculo) poniendo su trono en medio de la alabanza y gratitud.