LOS EVANGELIOS – Los milagros glorifican a Dios (4)
Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor (Lucas 7:16,17).
Una gran multitud iba con Jesús. El Maestro aparece en los evangelios una y otra vez rodeado de multitudes, pero seguimos enfatizando en nuestra predicación que a los suyos vino y los suyos no le recibieron. Y en medio de esas multitudes aparece una escena dramática. El dolor intenso de una mujer viuda que había perdido a su único hijo, con lo que el desamparo de aquella madre era total. Aquí se juntaron dos multitudes, la que iba con Jesús, y la que acompañaba a la mujer viuda en el entierro de su hijo. Imagino el impacto emocional que se produjo. En medio el Señor, que compadecido (compartiendo el dolor de aquella madre), le dijo: no llores. ¡Qué momento sobrenatural! El poder de la vida y resurrección, y el dolor de la muerte, frente a frente. En este caso el Maestro no esperó una acción de fe, sino que actuó inmediatamente tocando el féretro y diciendo al joven que lo ocupaba: joven, a ti te digo, levántate. Entonces el joven, hijo único de su madre viuda, se incorporó y comenzó a habar. ¡Qué diría! El texto no lo dice, pero podemos suponer varias opciones: «¡Gracias!» «¡Madre!» Y Jesús se lo devolvió a su madre. La muerte se lo había arrebatado antes de su hora, pero el Mesías recuperó el tiempo que le restaba de vida.
Entonces la multitud, (volvamos a la multitud), por un lado manifestó miedo, y por el otro glorificó a Dios. Miedo seguramente ante la incertidumbre de no tener respuestas por lo sucedido; y alabanza por el milagro realizado.
Jesús siguió su camino, y otro día enseñaba en la sinagoga donde había una mujer encorvada desde hacía dieciocho años por un espíritu de enfermedad. Observa. Esta dolencia había sido producida por un poder espiritual, un demonio de enfermedad, que aunque no todas las enfermedades están producidas por demonios, en algunos casos sí. Y este era uno de ellos. Cuando el Señor la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó… Una vez más se desató la polémica doctrinal y teológica. Era el Sabbat, día de reposo, y la mente religiosa prefiere el dogma a la vida liberada. Jesús no se intimidó por ello, sino que enfatizó la hipocresía de desatar al buey o el asno para llevarle a beber en día de reposo, y poner objeción a la liberación de aquella mujer. Hoy hacemos algo similar cuando enfatizamos por ley el bienestar de las mascotas o animales y pedimos el aborto para el no-nacido. La mujer glorificó a Dios por su liberación y el pueblo se regocijaba por las cosas gloriosas hechas por Jesús.
Dos mujeres glorificaron a Dios por la obra libertadora del Mesías.