Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos (Salmos 139:13-16).
Este salmo es sublime. Una bofetada a todos aquellos que desprecian la vida humana en su estado embrionario. El Dios revelado en la Biblia aprecia la vida por encima de cualquier ley terrenal. Es su Autor. Es el Sustentador. El salmista está sumergido en un conocimiento tan profundo y exhaustivo, que puede ver todo el proceso de la vida humana, desde su origen en el vientre de la madre. Es un canto a la individualidad compartida, inviolable. Una alabanza al Dador de la vida. La revelación de la verdad expuesta aquí debería liberarnos de todo complejo. Aceptarnos con toda nuestra complejidad. Conformarnos a la soberanía de Dios para aceptar nuestras entrañas, nuestra madre, nuestro cuerpo, tal como ha sido formado, y el propósito de Dios antes de la fundación del mundo. ¿Increíble? ¿Impensable? ¿Incomprensible? Todo menos una casualidad. Todo menos el fruto del azar. Hay un plan diseñado. Un plan inteligente que podemos descubrir en parte, y solo en parte, porque en parte conocemos… sometiendo nuestras vidas al Autor y consumador de la obra. No siempre es fácil. Hay complejidad. Algunas piezas no nos encajan. Todo ello no es suficiente para dejar de reconocer que Dios lo ha hecho bien, aunque nuestro conocimiento no sea suficiente. El Señor del Universo miró cuando éramos un embrión, estábamos en el vientre de nuestra madre, y escribió en un libro todos los días que nos han sido dados.
Padre glorioso, gracias. Todo lo hemos recibido de ti. Cumple el propósito dado a Israel y a todas las naciones, en el nombre de Jesús. Amén.