Oh Dios, apresúrate a librarme; apresúrate, oh Señor, a socorrerme… estoy afligido y necesitado; oh Dios, ven pronto a mí. Tú eres mi socorro y mi libertador; Señor, no te tardes (Salmos 70:1,5).
El hombre es un ser necesitado. ¡Cuántas veces encontramos en las páginas del Libro Sagrado a personas de toda condición reconociendo su necesidad de Dios! Una y otra vez lo vemos en el libro de Salmos, un libro de oraciones y alabanzas. Una vez más vemos el sentimiento de urgencia. No fuimos creados para la necesidad, si no para la comunión. Dios colocó al hombre en un lugar de abundancia; y cuando vio que no era bueno que estuviera solo le dio una compañera. El Shaddai, el Todo-abundante, nos creó conforme a su propia naturaleza. Pero el hombre se buscó muchas aflicciones al desoír la voz del Eterno. Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre, por ello busca los poderes del siglo venidero, la abundancia de Dios, y no sabe vivir en necesidad. De ahí la urgencia por una respuesta de Dios a nuestro estado de aflicción. El retorno a la abundancia de Dios lo encontramos en una cruz levantada en el monte de la Calavera. Jesús ha venido a ser la respuesta para regresar al origen de la voluntad de Dios con los hombres.
Padre celestial, suple lo que nos falta para poder servirte, y llévanos de vuelta a la abundancia de tu casa. Ven pronto a mí. No te tardes. Amén.