1 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Modelos enfrentados: humanismo y revelación
Uno de los grandes desafíos que enfrentamos los padres es la educación de los hijos. Como diría el apóstol Pablo, “… y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Corintios 2:16). Todos, en mayor o menor medida, hemos experimentado alguna vez la impotencia a la hora de educar, instruir o corregir a nuestros hijos. Vemos en ellos, ya desde muy pequeños, la manifestación de la naturaleza pecaminosa, el egoísmo, incluso la maldad que asoma, a la que le damos inicialmente un tinte de gracia, pero que a la larga se manifiesta como un poder difícil de controlar.
Es una gran mentira que los niños son buenos por naturaleza. Cierta filosofía moderna ha venido a decirnos que el ser humano es bueno, pero que el entorno y la sociedad acaban estropeándolo. Todo se reduce, por tanto, a un asunto de educación y cultura. Si educamos y culturizamos adecuadamente a nuestros hijos conseguiremos ciudadanos ejemplares.
No cabe duda que la educación es fundamental, pero ¿bajo qué bases o principios educamos? Esa es la cuestión. La sociedad moderna impone un modelo laico, basado en los valores de la Ilustración (racionalismo y humanismo) que se extendieron con la revolución francesa, dando la espalda a la revelación de Dios en su Palabra y extendiendo la filosofía racionalista y humanista: la mente humana como nueva religión del Estado. De esta forma, y de manera gradual, la vieja Europa, nacida y creada bajo los cimientos de una cultura griega, romana y especialmente judeocristiana, ha venido a ser una sociedad alejada de Dios, colocando los avances industriales, científicos y tecnológicos como nuevos ídolos.
Se ha instalado el relativismo moral, que lo invade todo, alejando los valores y verdades trascendentes de la vida pública enterrándolos en el silencio de la vida privada. Hemos sacado toda manifestación religiosa de los lugares públicos y en su lugar hemos instalado otra religión: el laicismo que emana en gran medida de una cosmovisión masónica, gnóstica y de la Nueva Era. Un sincretismo donde todo vale, cualquier religión está al mismo nivel de utilidad y donde no hay verdades absolutas porque ello colisiona con la gran utopía de la tolerancia y la multiculturalidad, es decir, todas las culturas son iguales, aunque en la práctica unos se dediquen a edificar y otros a destruir. Estos valores son los que nuestros hijos están asimilando en los Institutos.
Los padres no acabamos de comprender bien lo que está pasando y estamos siendo espectadores pasivos de un lavado de cerebro que tiene a nuestros vástagos como principal objetivo. De esta forma se cambia el paradigma de la sociedad, se transforma a generaciones enteras orientándolas lejos de Dios, el Dios de Israel, y de su manifestación en la persona de su Hijo, Yeshúa el Mesías.
El resultado de todo esto es que se pretende prohibir por ley predicar el evangelio, salvo en los lugares destinados para ello y decididos por el Estado o los Ayuntamientos. Se imponen leyes restrictivas a la manifestación pública religiosa, especialmente la cristiana, para no molestar a otras, especialmente la musulmana.
Nuestros gobernantes legislan en contra del cristianismo y a favor del islamismo. Los medios de comunicación, actores y agentes de cultura, nunca se atreven a provocar la sensibilidad de los seguidores de Mahoma, pero denigran, desprecian y ridiculizan toda manifestación que tenga que ver con el Dios de la Biblia. El resultado de todo ello cuál es: Una sociedad en decadencia, embrutecida por la inmoralidad, promiscua en lo sexual, sin respeto a la autoridad (padres, maestros, agentes del orden, gobernantes), crisis económicas sin parangón, codicias necias y engañosas, idolatría del dinero, idolatría del ego, superficialidad, la cultura de la apariencia y el culto al cuerpo, debilidad, hijos maltratadores de sus padres.
Mientras tanto un ejército de Alá, en forma de emigrantes, con sus mezquitas instaladas sin un mínimo de control por las autoridades, llenan nuestras ciudades invadiéndonos con más de 20 millones en Europa, dispuestos a no respetar las leyes del país de acogida, aprovechando el Estado del bienestar en muchos casos de manera abusiva, y cuya fidelidad primera y última es hacia las leyes del Corán y la Sharia, aunque éstas choquen frontalmente con la cultura o sistema de valores predominantes en las sociedades occidentales. ¡Cómo me recuerda este panorama al de la caída del Imperio Romano! Lo último que he sabido en este sentido es el surgimiento de una “nueva religión” llamada Crislam, que pretende conciliar el dios del Islam con el Dios de la Biblia, diciendo que son un mismo Dios. Falso. Alah es el nombre de uno de los muchos ídolos que se adoraban en Arabia antes de la llegada de Mahoma, y el Dios de la Biblia es el Dios de Israel, revelado al pueblo de Israel y a través del Mesías judío, Yeshúa, a todas las naciones.
Bíblicamente hablando, el hombre no es de fiar. Su naturaleza es mala desde la caída en pecado. La iniquidad le domina gradualmente mientras se va desarrollando en su vida ya en los primeros días de su existencia. De ahí que las sociedades democráticas modernas establecieran la división de poderes para contrapesarlos, y no caer en el abuso, el dominio, y la corrupción innata en el ser humano. Está escrito: He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre (Salmo 51:5). Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos, 3:23). La necedad está ligada al corazón del muchacho (Proverbios 22:15).
Hoy tratamos a los niños como si fueran reyes. Nacen en un ambiente donde son el centro de la atención, el ombligo del mundo; se les trata como señoritos; se usan palabras infladas y desproporcionadas para adularles: «mi vida», «mi princesa». Se les procuran todas las comodidades posibles ya antes de nacer. Son orientados hacia una vida de placer inmediato. En ese ambiente los niños adsorben un protagonismo desmesurado; sus egos son expuestos a la arrogancia más necia, y crecen pensando que todos sus caprichos deben ser obedecidos al instante; de lo contrario se enfadan, chillan, se tiran al suelo, patalean y gritan hasta conseguir doblegar la voluntad de sus padres a sus apetencias. No se les puede castigar, les causará traumas; así que la psicología moderna enseña que hay que esperar hasta que se les pase la rabieta, ignorarlos, no atender sus reivindicaciones pero dejar que manifiesten su desacuerdo de la forma más grosera, estúpida y necia que un niño puede expresar.
Estos planteamientos y filosofías humanistas, que han asumido en buena medida los propios padres cristianos, se han instalado en la forma de pensar de los hijos de Dios, abandonando los principios del Reino en favor de una ética laica impuesta a golpe de leyes contrarias a la revelación de Dios. Hemos abandonado nuestra responsabilidad de padres y entregado a nuestros hijos para que los eduque el colegio y el Estado. Esta es otra deformación de la voluntad de Dios expresada en las Escrituras.
Como predomina el pensamiento humanista alejado de Dios, tenemos una generación de jóvenes que nacen y crecen en medio de la incredulidad, ignorando a Dios y Su Palabra; por tanto, alejándolos de la Fuente de vida y capacidad para que crezcan en equilibrio.
Tenemos también una generación de padres que han desertado de sus obligaciones, —con algunas excepciones—, y que, bien por motivos de asimilar la metodología moderna de la enseñanza, o bien por falta de tiempo por la actividad laboral, permanecen ausentes y sin acción en semejante necesidad. En su mayoría son los hombres quienes primero se alejan de la educación de sus hijos, dejando a las mujeres esa carga exclusivamente, con el consiguiente peso sobre sus almas que acaba, en muchos casos, en desequilibrios, depresiones y rupturas.
Como padres cristianos estamos expuestos a caer en un extremo u otro: la permisividad o el autoritarismo. Para no caer en ninguno de ellos, sino mantener una posición equilibrada y que produzca resultados provechosos, debemos saber lo que enseñan las Escrituras sobre este tema y no conformarnos a los esquemas de este mundo y las corrientes que van y vienen en forma de machismo o feminismo.
Próxima entrega: La educación en la tradición bíblica
Muy estimado hermano:
Me ha sido de mucho provecho sus escritos, y le escribo pidiéndole autorización para usar el material para compartirlo en mí programa radial.
A la espera le agradezco anticipadamente.
Dios lo bendiga.
Bennhy
Por supuesto, tienes toda libertad para usar los contenidos de esta página web para la difusión del evangelio en tu medio.
Saludos cordiales.