TIEMPOS FINALES – Derramamientos del Espíritu (6)
Entonces, después de hacer todas esas cosas, derramaré mi Espíritu sobre toda la gente. Sus hijos e hijas profetizarán. Sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes tendrán visiones. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los sirvientes, hombres y mujeres por igual. Y haré maravillas en el cielo y en la tierra… (Joel 2:28,29,30 NTV)
El mensaje de los profetas de Israel contiene generalmente una parte de juicio y denuncia por el pecado, y otra de restauración cuando el pueblo se vuelve a su Dios, o bien tras el juicio inevitable por falta de arrepentimiento. La maldad, iniquidad e injusticias que se derivan de ella acaban en hartazgo cuando la opresión hace gemir el alma humana levantando un clamor para luchar por su liberación. La Escritura enseña con claridad esta verdad, aunque el clamor no sea generalizado, sino el de un remanente fiel que angustiado ante las injusticias insoportables de hombres perversos y malos levantan su intercesión al cielo en busca de justicia y paz. Entonces, después de soportar con paciencia el juicio decretado por sus pecados, y una vez concluida la sentencia, el Señor se levanta en favor de su pueblo derramando su Espíritu sobre toda carne. Es lo que anuncia el profeta Joel tras haber llamado a la nación a reunirse en ayuno y clamor por el juicio de la oruga, el saltón y la langosta que los había devorado. Lo vemos en Egipto cuando el pueblo de Israel quedó atrapado bajo la tiranía de Faraón y los hebreos eran afligidos por el látigo de sus capataces. Una vez elevado el clamor al cielo el Señor envió a Moisés para establecer un proceso de redención que culminaría con la salida de Egipto y una nueva vida en libertad. Los últimos tiempos tienen también algo de todo lo que acabamos de decir. En medio de angustias y opresiones diversas, el Señor derrama su Espíritu sobre mucha gente y pueblos capacitándoles para afrontar los días de adversidad y oprobio. Estos derramamientos del Espíritu también levantan a muchas personas sencillas y anónimas que salen por todas partes anunciando la buena nueva a los afligidos. Fue lo que ocurrió el día de Pentecostés en Jerusalén cuando el apóstol Pedro identificó la profecía de Joel con aquellos días. Partiendo de la capital de Israel el evangelio fue anunciado por todas aquellas regiones primeramente, para luego extenderse a todas las naciones. Y se hizo en medio del dominio romano sobre Judea. A pesar de la opresión imperial, el Espíritu de Dios capacitó a muchos mensajeros para llevar el mensaje liberador a las naciones. El poder del reino de Dios manifestado por su Espíritu produjo gran refrigerio.
El evangelio siempre ha avanzado en medio de gran oposición mediante derramamientos del Espíritu sobre toda carne.