Sálvame, oh Dios, porque las aguas me han llegado hasta el alma. Me he hundido en cieno profundo, y no hay donde hacer pie; he llegado a lo profundo de las aguas, y la corriente me anega… (Salmos 69:1,2).
La vida del hombre camina en medio de una serie de pozos que amenazan continuamente con devorarlo. Esos hoyos tienen la capacidad de aniquilar todo proyecto y esperanza humana. Cuando caemos en uno de ellos nuestras vidas se sumergen en la oscuridad. Bajamos y bajamos sin llegar a tocar el fondo sólido que nos permita el impulso final para relanzarnos a la superficie. Hay caídas progresivas que anegan nuestras almas de lodo y cieno, y el poder de una corriente destructiva nos hunde más y más sin encontrar como frenarla. Así degenera el pecado la vida del hombre. Cuando la droga, el alcohol, la mentira, el orgullo, el vicio, o cualquier adicción destructiva, nos atrapan con su fuerza aniquiladora, solo podemos clamar, desde las profundidades, a Aquel que puede oír nuestra angustia y venir en nuestro socorro. El que resucitó a Lázaro, después de cuatro días de caída en el poder de la muerte, frenará el proceso degenerativo de nuestras vidas, poniendo Roca y resurrección sobre nuestros pies.
Padre, sálvanos ahora. Rescátanos ahora, en el nombre de Jesús. Amén.