… A otro, poder de milagros… (1 Corintios 12:10).
Recordemos el inicio de la exposición del apóstol Pablo en este capítulo. «En cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos». El apóstol quiere que no ignoremos los dones, y además relaciona el hacerlo con regresar al paganismo, donde se adoran ídolos mudos, sin vida; por el contrario el evangelio es poder de Dios para salvación, y al predicarlo se debe hacer «con el poder de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios» (Ro.15:19).
En otro lugar dice: «Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Co.2:4-5). El evangelio es de Dios. Es sobrenatural. Depende del Espíritu Santo, no de nuestras fuerzas. Por ello el mismo Espíritu distribuye dones para llevarlo a cabo. Uno de ellos es el don de milagros.
Está escrito que «Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo…» (Hch. 19:11). Un milagro es una obra sobrenatural que sobrepasa las posibilidades humanas. Jesús cambió el agua en vino, milagro. Dio de comer a multitudes con unos pocos panes y peces, milagro. Anduvo sobre las aguas, milagro. El sol y la luna se pararon cuando Dios atendió la voz de Josué, milagro. Moisés extendió su vara y el mar se abrió, milagro. La Biblia es un libro de milagros. La salvación de muerte a vida por la regeneración es un milagro fundado sobre la muerte expiatoria y el milagro de la resurrección de Jesús.
Si despojamos el evangelio de los milagros nos quedará metal que resuena y címbalo que retiñe. Estos dones son del Espíritu para ser manifestados en su voluntad específica. No debemos oponernos a ellos, sino someternos al Espíritu y ser canales de bendición, no de exaltación propia, sino con temor y temblor (1 Co.2:3-4).
Puede haber excesos, pero, una vez más, eso no anula la verdad revelada. Los dones más espectaculares precisan, si cabe, un vaso más refinado para no corromperse y hacer un mal uso del don. El abuso trae deshonra al evangelio; la falta de uso nos limita y nos devuelve al paganismo. La carencia en la enseñanza de esta verdad tendrá como resultado la ausencia de dones. No podemos ir más allá de lo que creemos, y la fe viene por el oír la palabra de Cristo.
Deberíamos arrepentirnos de nuestra incredulidad en algunas verdades que son el consejo de Dios y que impiden el avance de su reino en la tierra.