Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado (Juan 16:7-11).
En todo el discurso de Jesús hay una apelación constante a la obra que realizará el Espíritu Santo una vez que él se ha ido. Lo llama una y otra vez el Consolador, el paracleto, uno llamado al lado de otro para ayudar. Incluso dice que les conviene que él se vaya para dar lugar a la obra del Ayudador. Hasta esos días el Espíritu se había manifestado en diversas ocasiones, especialmente en dirigentes del pueblo de Israel: sacerdotes, profetas y reyes. Ahora Jesús anuncia una obra universal de la acción del Espíritu, en primer lugar sobre los que él ha llamado para anunciar el evangelio, pero además, la obra divina tendrá una dimensión global convenciendo al mundo de pecado, justicia y juicio.
Una vez más vemos que la acción del Espíritu es esencial en la misión evangelizadora. Nosotros damos testimonio de Jesús, anunciamos el mensaje libertador, pero sin el testimonio interno del Espíritu en la persona receptora del evangelio no habrá consecuencias trascendentales. Jesús va a enviar el Espíritu con diversas funciones: revelar la verdad, enseñar y recordar sus palabras; ahora incluye convencer al mundo de pecado, justicia y juicio. En primer lugar pecado. Ese pecado tiene que ver con la incredulidad, la negación de que Jesús ha venido en carne para salvar. Fue la obra realizada el día de Pentecostés. Una vez oído el mensaje anunciado por Pedro, los oyentes dijeron: al oír esto, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: hermanos, ¿qué haremos? La respuesta del apóstol no dejó lugar a dudas: arrepentíos, sed bautizados y recibiréis el don del Espíritu Santo. Fueron convencidos de su pecado.
Si se predica el evangelio y no hay convencimiento de pecado la obra del Espíritu no está en acción. Habrá argumentos humanos, religiosos, emoción, pero sin la obra interna en el corazón del hombre sobre su propia iniquidad, reconociendo haber trasgredido la ley de Dios, no habrá avance del reino. Luego dice de justicia. El Espíritu convence de justicia. ¿Qué justicia? Solo hay una, la de Dios, y se ha manifestado en la persona del Hijo. Somos hechos justicia de Dios en él. Y finalmente de juicio. El juicio venidero al que todos estamos sujetos.
El Espíritu Santo consuela y convence de pecado revelando a Jesús.