El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva. Pero El decía esto del Espíritu, que los que habían creído en El habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía, pues Jesús aún no había sido glorificado (Juan 7:38-39).
El Maestro se pone en pie, alza su voz, —exclamó en alta voz— e invitó a los presentes en la fiesta de los Tabernáculos (Sukot) a venir a él y beber. Luego identificó esa acción con creer en él como está dicho en la Escritura, y recibir en lo más hondo del ser un manantial de agua viva, ríos de agua viva. No me extraña que en alguna ocasión dijeran de él: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! (Jn.7:46).
Una vez más vemos la relación existente entre la fe en Jesús y una operación interior en el corazón del hombre, mediante el Espíritu Santo, relacionándolo con agua viva. La misma vida de Jesús derramada en nuestro interior como agua. Una fusión líquida que transforma al ser humano en otro hombre. Así fue con el mismísimo rey Saúl (1 Sam.10:6).
Notemos lo siguiente. Jesús apela a creer en él ya ahora, y recibir más adelante la manifestación de los ríos de agua viva que ya estarían presentes en el creyente, aunque sin la manifestación definitiva. Eso lo dijo pensando en la obra posterior del Espíritu en la vida de aquellos que creían en él. Es decir, primero creer y ser sellados con el Espíritu Santo, hasta llegar al momento cuando se manifestará en plenitud la vida del Espíritu, puesto que aún Jesús no había sido glorificado, y por tanto, el día de Pentecostés y el derramamiento del Espíritu sobre toda carne no había llegado tal como estaba profetizado por Joel.
Pensemos. Primero creer en Jesús. Luego recibir las primicias del Espíritu, porque nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu (1 Co.12:3). Es decir, no podemos ser creyentes en Jesús sin tener ya el Espíritu actuando en nosotros. Sin embargo, quedan manifestaciones futuras, desbordamientos de los ríos de agua viva, —su activación—, en aquellos que creían en él, y que tendría lugar a partir de que Jesús fuera glorificado, suceso que aún no se había producido. Fue el mensaje de Pedro el día de Pentecostés. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís (Hch. 2:33).
Por tanto, la vida cristiana tiene, sí, varias experiencias progresivas. La fe en Jesús nos lleva a la activación de los ríos de agua viva en nuestro interior como una obra poderosa y posterior a nuestra conversión.
Los que han creído en Jesús deben llegar a la activación de los ríos de agua viva, mediante el Espíritu Santo, en lo más hondo de su ser.