Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios (Hechos 7:55,56).
Esteban había sido escogido como uno de los siete varones para servir en las mesas de las viudas, pero ahora está viendo al Hijo del Hombre de pie a la diestra del Padre. Juntamente con esta visión que muchos cristianos quisieran tener, el discípulo del Señor se encontraba ante una multitud enardecida que rechinaban los dientes, llenos de ira, y preparados para descargar sobre él una lluvia de piedras para acallarle. ¡Qué ambivalencia tan dispar puede experimentar un discípulo del Señor lleno del Espíritu!
En la Biblia Reina Valera no se aprecia lo que siempre me ha cautivado de este texto al leerlo en la Biblia de Las Américas. En esta última dice que Jesús estaba de pie a la diestra de Dios. El que se había sentado a la diestra del Padre una vez terminada la obra de redención (Hch. 2:34; Ef.1:20; Col.3:1), ahora estaba de pie. Cuando su testigo Esteban estaba en Jerusalén dando testimonio de lo que hacía poco tiempo él mismo había realizado en esa misma ciudad, se puso en pie para recibirle en el cielo. ¡Qué escena! ¡Me conmueve! Jesús levantado para ver mejor —es una expresión mía claro— a su testigo Esteban a punto de ser lapidado. El cielo movilizado por el testimonio dado en la tierra.
La trascendencia de este momento quedará grabada también en la retina y el corazón del futuro apóstol de los gentiles que estaba siendo testigo personal de cómo daba la vida un discípulo de Jesús ante sus ojos. Estoy seguro que esa imagen nunca fue borrada de la conciencia de Pablo. ¡Cuántos mártires seguirían a Esteban por esa senda! ¡Cuántos hombres y mujeres hoy en día están siendo decapitados (Apc. 20:4), mujeres vendidas como esclavas por su fe en aquel que se pone de pie para recibirlos en el cielo! Él mismo había dicho: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Jn.12:25).
El testimonio de muchos mártires, discípulos de Jesús, ha permitido que el evangelio haya llegado a todas las generaciones, incluida la nuestra. Todo comienza con un hombre lleno del Espíritu Santo y sabiduría como Esteban. Cuando se consumó la ira humana sobre el justo, «Esteban invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió».
El cielo siempre se conmueve ante un discípulo de Jesús lleno del Espíritu entregando su vida por aquel que la derramó por todos.