Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios… El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica… (1 Corintios 14:2,4).
Los dos primeros años de mi vida cristiana transcurrieron entre dos corrientes teológicas opuestas. Por un lado el arminianismo de la congregación de Lérida donde estuve los primeros meses de mi conversión, y por otro el calvinismo sólido y doctrinal de la iglesia de Hermanos de Salamanca donde nos congregábamos. En la primera se hacía énfasis en la necesidad de ser llenos del Espíritu, en la segunda el acento era la doctrina de la salvación.
Conocedor del antagonismo que ofrecían las dos líneas teológicas denominacionales me entregué a recibir lo mejor de cada una de ellas sin entrar en controversias. En ese tiempo hice un viaje a Lérida para visitar a los hermanos. Me invitaron a predicar el domingo por la tarde en el culto principal. Como el desafío golpeó mi insuficiencia me propuse ayunar y bajar al local de culto unas horas antes para pedir al Señor el mensaje para compartir.
Estando en esa tesitura el Espíritu Santo me dijo con toda nitidez en mi corazón: «Hoy es el día para ser bautizado en el Espíritu y la experiencia de haberlo recibido será el mensaje de tu predicación». Dejé que la voz se afirmara o desvaneciera. Se hizo cada vez más fuerte en mi espíritu, por lo que acepté el desafío y me entregué de lleno a buscar la llenura del Espíritu. Estaba solo.
Eran sobre las doce de la mañana. Comencé a orar y poco después oí en mi espíritu: «A las tres comenzarás a hablar en nuevas lenguas». Fue pasando el tiempo, meditaba, oraba y la expectativa iba subiendo de nivel en todo mí ser. Creí en ello. Me veía predicando por la tarde y contando mi experiencia. Cuando llegaron las tres de la tarde me puse de rodillas y en ese mismo instante comencé a hablar en un lenguaje desconocido para mí, el fluir fue en aumento, notaba cómo mi mente no controlaba mis palabras y era mi espíritu el que había tomado el control. Así estuve hasta las cuatro de la tarde, una hora exactamente hablando en lenguas, pensando que si paraba nunca más volverían y perdería la experiencia. No fue así.
Llegó la hora de la reunión y cuando subí al púlpito prediqué sobre la experiencia de cómo había recibido la llenura del Espíritu Santo. Todos se gozaron y yo estaba inmensamente feliz. Nunca me ha abandonado este lenguaje de oración (Judas 20), ha sido y es una maravillosa ayuda en mi vida de oración personal.
Las experiencias deben estar fundamentadas en la Escritura, y aunque puede haber falsificaciones, éstas no anulan la verdad de Dios.