Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes y ancianos del pueblo, si se nos está interrogando hoy por causa del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sabed todos vosotros, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, este hombre se halla aquí sano delante de vosotros (Hechos 4:8-10).
Después del día de Pentecostés los sucesos tuvieron lugar de forma imparable. A la primera predicación del apóstol Pedro y las primeras multitudes judías que reconocieron a Jesús como Mesías, le siguió un milagro en la puerta del templo. Un cojo de nacimiento fue sanado de su enfermedad, este hecho propició una nueva predicación del apóstol que había negado a Jesús en una noche oscura, pero que ahora, lleno del Espíritu Santo, era uno de los pilares del avance del reino de Dios en la ciudad de Jerusalén.
Con la predicación del evangelio viene la persecución de las autoridades religiosas que resisten la acción del Espíritu a través de los apóstoles. Los pusieron en la cárcel y les prohibieron que hablaran en el nombre de Jesús. Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo habló a los mismos gobernantes que habían crucificado a Jesús, de quienes había estado aterrado unos días antes, ahora los encaró con valentía. Algo había sucedido en la vida de Pedro.
La llenura del Espíritu Santo es para hablar con denuedo la palabra de Dios, no para hechizar a las masas con alardes carismáticos. La obra de fe y del Espíritu había producido beneficios a un hombre enfermo desde su nacimiento. Interrogaron a los apóstoles sobre el asunto, y Pedro, lleno del Espíritu Santo les dijo: sabed todos vosotros, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, este hombre se halla aquí sano delante de vosotros. Lo dijo delante del sumo sacerdote Anás, de Caifás, de los gobernantes, ancianos y escribas del pueblo, recordándoles que habían crucificado a Jesús, que ahora ha resucitado, y por la fe en su nombre el cojo de nacimiento estaba delante de ellos sano.
Recordemos que estaban en Jerusalén, la capital de Israel; ante un auditorio completamente judío, un pueblo que recibía las buenas nuevas del evangelio, y unas autoridades que se resistían a reconocer lo que estaba ocurriendo delante de sus ojos. Los milagros no son prueba irrefutable para que algunos crean, especialmente si tienen intereses religiosos y políticos que atender.
El mismo apóstol que negó tres veces a Jesús, ahora exponía con valentía su fe. Pedro estaba lleno del Espíritu y eso marcó la diferencia.