Cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se alejó de El esperando un tiempo oportuno. Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca. Y enseñaba en sus sinagogas, siendo alabado por todos (Lucas 4:13-15).
No podemos olvidar que Jesús se hizo hombre. Era el Hijo del Hombre. Vivió, aprendió, padeció y fue tentado como hombre, en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por tanto, el desierto que acababa de experimentar había sido una prueba dura para él. El momento de máxima debilidad en su cuerpo fue aprovechado por el diablo para tentarle y tratar de torcer su camino desestabilizándole y orientando su vida en la autoafirmación alejada de la voluntad de Dios. El diablo acabó toda tentación de la que era capaz en esas condiciones. Lo intentó de múltiples formas, pero fracasó. Entonces cambió de estrategia, espero un momento más oportuno para seguir con el mismo propósito: desviar a Jesús de la voluntad del Padre orientando su mirada hacia sí mismo y sus necesidades. Jesús derrotó al diablo y salió fortalecido de la prueba. Volvió en el poder del Espíritu para iniciar su andadura por los pueblos y ciudades de Israel anunciando el evangelio del Reino.
Esa victoria de Jesús sobre el tentador fue conocida por las multitudes que levantaron alabanzas a su persona. Otro tipo de tentación. Las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca, enseñaba en las sinagogas y era alabado por todos. Si el diablo no puede conseguir su propósito humillándote lo hará alabándote. Si la tentación se orienta hacia el desierto y la resistes, volverás a ser tentado, en este caso mediante las alabanzas de multitudes que afligirán tu alma con afectos difíciles de resistir.
A menudo comenzamos bien el desarrollo de nuestro llamamiento. Los primeros días y meses avanzan con rapidez llevando fruto y recibiendo halagos por nuestro crecimiento evidente. Sin embargo, en esos inicios podemos también hacer concesiones a las multitudes que hipotecarán nuestro desarrollo por el reconocimiento humano. Jesús venció en el inicio de su ministerio toda tentación, lo hizo durante todo el recorrido y alcanzó la meta al final de su vida con esta oración: Padre, te he glorificado en la tierra y he acabado la obra que me diste que hiciera (Juan 17:4).
Ser llevado por el Espíritu al desierto, vencer toda tentación y regresar en el poder del Espíritu es una secuencia habitual del llamamiento.