121 – Somos templo del Espíritu (II)

La vida en el Espíritu¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois  (1 Corintios 3:16-17).

         La vida cristiana debe desarrollarse hasta el momento cuando comenzamos a ser conscientes de quienes somos. Cuando un niño nace en el seno familiar pasa algún tiempo sin que tenga plena consciencia de su pertenencia a dicha familia, aunque los padres se encarguen desde el principio de cuidarlo y educarlo según la herencia familiar a la que pertenece. El desarrollo de su personalidad debe dar lugar a un crecimiento que afirma la identidad del niño en el ámbito de su familia.

La vida espiritual, desde su nacimiento, sigue un proceso similar. Pablo dijo que la voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos, y luego dice, y que vengan al pleno conocimiento de la verdad (1 Tim.2:4). La gran tragedia de muchos hijos de Dios es que nunca alcanzan el nivel adecuado de identidad como templo de Dios, morada de Dios. Sí comprenden que pertenecen a una iglesia local con sus características doctrinales y tradiciones que aceptan hasta convertirlas, en muchos casos, en intocables, porque reciben de ella su identidad personal.

A menudo aparece el componente sectario mirando a los demás con sospecha si no tienen los mismos rasgos que los identifica a ellos. Surgen así las divisiones, ya presentes en la misma iglesia de Corinto, cuando el apóstol les dice: «Así que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo… Pues habiendo celos y contiendas entre vosotros, ¿no sois carnales y andáis como hombres? Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois simplemente hombres?» (1 Co.3:1-4).

La madurez significa entrar a un nivel mayor de identidad que la simple superficie de nuestra fe. Somos parte de un cuerpo, no el ombligo del mundo. Pablo dice que «debemos discernir el cuerpo de Cristo» y no destruirlo, porque el que destruye el templo de Dios, el cuál es santo, Dios lo destruirá a él. Esto se ha interpretado generalmente como una apelación al suicidio, pero creo que, sin aceptar el suicidio, hay una verdad más que tiene que ver con la universalidad del templo de Dios, no con catedrales o mega-iglesias. La consciencia de ser templo de Dios debe llevarnos a saber reconocer los pensamientos de Dios, distinguiendo el espíritu del mundo de lo que viene del Espíritu de Dios y que nos ha sido dado (1 Co.2:10-15).

         Somos templo de Dios, santificado, para revelar su gloria y santidad.

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