¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois (1 Corintios 3:16-17).
Una vez que hemos sido sellados por el Espíritu, bautizados en un cuerpo por el Espíritu, haber recibido dones para servir al cuerpo y glorificar a Dios, debemos afianzar nuestra identidad. Somos templo del Espíritu de Dios. Morada de Dios, apartados para Él. El Espíritu que Dios ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente (Stg. 4:5).
El Antiguo Pacto, centrado en el templo de Jerusalén, tenía un ceremonial muy exigente hasta lograr la expiación el día de Yom Kipur, cuando el sumo sacerdote entraba una sola vez al año con sangre de machos cabríos y becerros para obtener el perdón de pecados del pueblo. El Nuevo Pacto, inaugurado por el Mesías, tiene mejores promesas y está edificado sobre la piedra angular que es Cristo, y cada uno de nosotros somos una piedra viva en el nuevo edificio de Dios.
Jesús dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado» (Jn.2:19-22). Pedro lo recoge en su primera carta. «También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).
Somos templo de Dios. Nueva identidad. Morada de Dios. Casa de Dios. Esta es la revelación del Nuevo Pacto. «Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días… Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer.31:33). Pablo lo expresa así: «¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (2 Co.6:16). También está expuesto en la carta a los Hebreos (8:8-13).
En definitiva, tenemos una nueva identidad mediante el Espíritu, somos templo y morada de Dios, participantes del Nuevo Pacto, una piedra en el nuevo edificio de Dios y no un miembro nominal de una iglesia denominacional. Pablo enfatiza a los corintios: «No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?». Saberlo cambia nuestra perspectiva de vida.
La identidad de saber que somos templo de Dios eleva nuestra vida a una dimensión y propósito que afecta a toda nuestra manera de vivir.