Porque anhelo veros para impartiros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; es decir, para que cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía (Romanos 1:11-12).
El apóstol Pablo aún no había tenido ocasión de visitar la congregación de Roma, pero estaba ansioso de hacerlo, lo anhelaba de veras para poder confirmar su fe, siendo edificados a la vez mutuamente cada uno por la fe del otro. ¿Y cómo pensaba confirmar la fe de los discípulos en Roma? Mediante la impartición de algún don espiritual.
Meditemos. Pablo creía en la imposición de manos para transmitir, (tal vez debemos decir: liberar), dones espirituales en la vida de los creyentes. Me llama poderosamente la atención esta expresión tan osada del apóstol. La tradición judía está plagada de esta verdad. Jacob impuso sus manos sobre los hijos de José, Efraín y Manasés, para bendecirlos. Lo hizo también sobre cada uno de sus doce hijos poco antes de morir. Moisés lo hizo sobre Josué en diversas ocasiones para impartirle autoridad y recibir el espíritu de sabiduría (Dt.34:9) (Nm.27:18-20,23). La imposición de manos de Moisés transmitió autoridad, sabiduría y dignidad de líder. Pedro y Juan lo hicieron en Samaria para que los discípulos recibieran el Espíritu Santo. Pablo hizo lo mismo en Efeso sobre los discípulos que ni siquiera habían oído hablar si había Espíritu. También lo hizo sobre Timoteo (veremos este caso en la próxima meditación).
Incluso Simón el mago, impresionado por esta verdad manifestada en Samaria quiso comprar el don y fue reprendido por Pedro. Siempre hay los desequilibrados que están dispuestos a toda hora para imponer las manos como si fuera un acto mágico. Pretenden limitar la acción del Espíritu a través de sus manos, pero este hecho nunca anula la soberanía de Dios.
Otros imponen manos vacías sobre cabezas huecas, el resultado es nulo. Algunos se conforman con el espectáculo externo de caídas al suelo o cualquier otra experiencia, pero si no hay respaldo divino en quién pretende transmitir o liberar dones será como metal que resuena o címbalo que retiñe. El apóstol Pablo tenía esta capacidad y anhelaba impartir dones a los hermanos en Roma. No todos la tienen, por mucho que griten o empujen sobre las cabezas de aquellos que ingenuamente piensan resolver sus dificultades mediante un acto «mágico». Pero hay quienes liberan la acción del Espíritu con su oración.
Impartir o liberar dones espirituales confirma la fe de los discípulos.