Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad) (Efesios 5:8-9 RV60).
El fruto del Espíritu es también justicia. La justicia de Dios siempre es más alta que la nuestra, por eso el evangelio contiene la justicia de Dios en Cristo para todos los que creen en él. La salvación de Dios es mediante su justicia, manifestada en la persona de Jesús y aplicada a todos aquellos que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia (Rom. 5:17). La justicia de Dios es aplicada a quienes han sido justificados por la fe en la obra redentora del Mesías. A partir de ese momento, justificados por la fe, tenemos paz con Dios, una naturaleza nueva y justa, creada en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24).
Por tanto, el fruto del Espíritu es mostrar la justicia en nuestra nueva manera de vivir. El reino de Dios no consiste en comida o bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). La enseñanza de Jesús es que si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraremos en el reino de los cielos (Mt.5:20). El amor no se goza de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (1 Co.13:6). Jesús amó la justicia y aborreció la iniquidad, por eso el Señor le ungió con óleo de alegría, más que a sus compañeros (Heb.1:9). Este es el camino para ser ungidos: amar la justicia y aborrecer la iniquidad.
Algunos piensan que la unción se recibe «alegremente» y sin condiciones. Se pone de moda asistir a conferencias donde los ponentes hacen énfasis en conseguir «el elixir» que trae la felicidad al hombre sin apelar a la justicia y la verdad. No os engañéis, Dios no puede ser burlado… El que siembra para la carne, de la carne segará muerte. Pero el fruto del Espíritu es justicia.
Jesús, nuestro modelo y Señor, amó la justicia, aborreció la iniquidad, por eso fue ungido y anduvo haciendo bienes sanando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Juan el Bautista se dio cuenta que muchos de los que abarrotaban el río Jordán para ser bautizados —porque se puso de moda, y el personaje era «pintoresco»— solo querían huir de la ira venidera sin hacer frutos dignos de arrepentimiento, sin amar la justicia, sin ser vestidos de ella. Por ello les dijo: ¡Camada de víboras! (Lc.3:7-9). Nos hemos acostumbrados demasiado a las glorias sin el sufrimiento, lo cual conduce al auto-engaño, predominante en nuestros días.
El fruto del Espíritu es también justicia, resultado de ser hijos de luz.