102 – El don de fe

La vida en el Espíritu… A otro, fe por el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         La fe es uno de los grandes temas en la Escritura. Debemos diferenciar algunas cosas cuando hablamos de fe. Por un lado tenemos la fe que todo hijo de Dios recibe por gracia para salvación (Ef.2:8); la medida de fe distinta para cada uno que Dios distribuye como Él quiere (Ro.12:3); la fe como fruto del Espíritu que habla sobre todo de fidelidad (Gá. 5:22); y el don de fe que es el que nos ocupa ahora.

Los dones están íntimamente ligados a la voluntad del Espíritu, no del hombre. El portador de dicho don debe saber discernir en cada momento cuándo el Espíritu le guía a manifestarlo, se aprende con el uso, andando en el Espíritu. Los dones no son para usarlos de forma caprichosa sino en humildad y dependencia del Espíritu.

El don de fe es para milagros y señales. Actuó en el apóstol Pedro al sanar al cojo de la puerta de la Hermosa (Hch.3:1-10). Este cojo estaba en ese lugar de continuo, Pedro y Juan habrían pasado por allí en otras ocasiones, sin embargo, en un momento especifico se desató la acción que dio lugar al milagro. Por otra parte el apóstol no sanó a todos los cojos de Jerusalén, el Espíritu le guió de forma específica a este.

Pablo tuvo una fe milagrosa cuando recogiendo leña en la isla de Malta se le prendió una víbora venenosa, y sacudiéndola en el fuego no sufrió ningún daño (Hch. 28:1-6). No tuvo necesidad de médico o tratamiento alguno. No todos tienen esta clase de fe o medida de fe. Está escrito: «La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba» (Ro.14:22).

Por su parte el profeta Elías tuvo una fe asombrosa para desafiar a los profetas de Baal en el monte Carmelo. Poco después huía de una mujer, Jezabel, que lo había amenazado. Lo cual nos recuerda una vez más que necesitamos la acción del Espíritu en la manifestación de los dones, depender de Él y no extralimitarnos, sino actuar según la fe recibida.

Los discípulos no pudieron echar fuera el demonio de aquel joven epiléptico cuando bajaron del monte de la Transfiguración con Jesús. Preguntado el Maestro del por qué, les dijo: «Por vuestra poca fe» (Mt.19:19,20). Los discípulos tenían fe, pero no el don de fe para esta ocasión.

El apóstol Pablo que había experimentado milagros extraordinarios en Éfeso y otros lugares, tuvo que dejar a Trófimo enfermo en Mileto (2 Tim.4:20); a Timoteo que bebiera vino por sus frecuentes enfermedades estomacales, y él mismo vivió atormentado por un mensajero de Satanás que no pudo evitar.

         El don de fe es una acción sobrenatural que libera milagros y señales.

 

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