Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que El toma de lo mío y os lo hará saber (Juan 16:12-15).
Hubo un tiempo —y en ciertos contextos denominacionales sigue existiendo— cuando algunos predicadores parecían mostrar en sus mensajes una pugna entre predicar a Jesús o predicar al Espíritu. Como si hubiera alguna rivalidad entre ambos. Craso error. Jesús lo resuelve de un plumazo en su enseñanza a los discípulos: El me glorificará. Antes había dicho que no hablará por su propia cuenta, sino que os mostrará y recordará las palabras que os he hablado. Nunca hemos sido enviados a predicar al Espíritu, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
El Consolador viene para ayudarnos, capacitarnos y dar testimonio juntamente con nosotros, pero nunca para rivalizar con el Hijo de Dios. El Espíritu Santo glorifica a Jesús. Revela a Jesús. Convence de pecado, justicia y juicio para mostrar la salvación obtenida por el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Por tanto, no puede haber conflicto en esto. Donde la alabanza exalta al Rey de gloria, el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre, allí está en acción el Espíritu Santo glorificándole. El Espíritu de Dios no atrae la mirada sobre sí mismo, sino sobre Jesús. Ha sido enviado para revelar al Hijo, glorificarle y capacitar a los discípulos para hacer lo mismo. Cuando el énfasis de un predicador recae sobre sí mismo, su potencialidad, su carisma, sus experiencias, se convierte en el mensaje en lugar del mensajero. Grave error.
Dios no comparte su gloria con nadie. Dios es Uno, pero en la predicación del evangelio el punto de mira está focalizado sobre el Hijo, el Substituto, nuestro Redentor y Salvador, aunque sabemos que toda la Trinidad está involucrada en la salvación del hombre. El Padre envía al Hijo, que hace la obra, y el Espíritu Santo revela y sella la verdad en los corazones que creen en Jesús y rinden sus vidas a su Señor. Todo en unidad, sin rivalidades inventadas por mentes retorcidas. El Espíritu de Dios glorifica a Jesús y nosotros debemos hacer lo mismo si andamos en el Espíritu, somos llenos de Él y vivimos por El. Sencillo para los sencillos.
El Espíritu siempre glorifica a Jesús y no comparte la gloria con predicadores centrados en sí mismos.