Respondió Jesús y le dijo: Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tu le habrías pedido a Él, y El te hubiera dado agua viva (Juan 4:10).
Otra sorprendente conversación personal de Jesús con una mujer samaritana nos vuelve a dejar verdades eternas sobre la vida en el Espíritu. El Maestro llama «el don de Dios» a la obra del Espíritu en el interior de la persona. Y ese don de Dios lo relaciona con agua viva. Podemos verlo también en Juan 7:37-39. Pues bien, el Espíritu Santo es el don de Dios para todos aquellos que creen en Jesús. Fue también el mensaje del apóstol Pedro el día de Pentecostés: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch.3:38).
El Espíritu Santo actúa como agua viva refrescando y calmando nuestra sed interior. El vacío existencial del ser humano es llenado por una fuente de vida que salta en él para vida eterna. El Espíritu nos devuelve la comunión perdida con Dios. La sed por el sentido vital en el hombre, a causa del pecado, es ahora calmada y llenada por la fuente de vida que Dios introduce en nuestro espíritu por Su Espíritu. Este es el mensaje que Jesús le está dando a la mujer samaritana. Esa nueva vida calma la sed de búsqueda incesante porque nos conecta con la Fuente de vida y salud eterna. El apóstol Pablo mantiene esta verdad cuando enseña a los corintios que han creído en el nombre de Jesús, diciéndoles que han sido bautizados en un solo cuerpo por el Espíritu, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu (1 Co.12:13).
Por tanto, no necesitamos embriagarnos con vino, en lo cual hay disolución, sino que necesitamos ser llenos del Espíritu. Llenos de agua viva que riega todo nuestro ser interior para vivir saciados, satisfechos y capacitados para compartir el evangelio en un mundo sediento de verdad y vida. El Espíritu se bebe. ¿Cómo? por el reconocimiento de que Jesús es el Mesías, por invocar su nombre. Dios es rico para con todos los que le invocan. La mujer samaritana reconoció a Jesús como el Mesías que había de venir y fue llena del agua viva del Espíritu. Su primera manifestación fue dejar su cántaro, ir a la ciudad y decir a sus habitantes que tenían al Mesías en el pueblo. Muchos creyeron por su palabra y otros muchos por la palabra de Jesús mismo.
El don de Dios cambia nuestras vidas, sacia nuestra sed, nos hace adoradores y testigos de la verdad que Jesús es el Mesías.