Cuando comencé a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, tal como lo hizo sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de las palabras del Señor, cuando dijo: «Juan bautizo con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo» (Hechos 11:15-16).
Todas las experiencias carismáticas genuinas tienen una doble vertiente. Por un lado nos gozamos en ellas, transforman nuestras vidas haciéndonos más eficaces en la extensión del reino de Dios, y por otro siempre surge la oposición, en este caso no de fuera, sino de dentro, de la misma congregación. Así ocurrió en el caso del apóstol Pedro y a lo largo de la historia de la iglesia hasta nuestros días. Antes de nada debo decir que una cosa es estar en medio de la obra de Dios, participar de ella, y otra, en ocasiones muy distinta, oír de lejos lo que ha ocurrido en cierto lugar. Es muy llamativo en este episodio que el mismísimo apóstol Pedro, uno de los tres pilares de la congregación en Jerusalén, tuviera que afrontar los reproches de sus hermanos judíos en la capital jerosolimitana.
Meditemos. No había un liderazgo piramidal en la iglesia primitiva, en tal caso Pedro no hubiera sido interpelado para dar explicaciones de lo ocurrido en casa de Cornelio. El fondo de la cuestión eran los prejuicios y tradiciones judías que aún prevalecían en la congregación de Jerusalén a pesar del día de Pentecostés, de los milagros y el avance del reino en ese tiempo. Pedro tuvo que explicar por qué había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos, siendo que un judío no podía hacerlo sin quedar inmundo. «Entonces Pedro comenzó a explicarles en orden lo sucedido…».
Con toda paciencia, el apóstol contó de forma pormenorizada los sucesos que desembocaron en la predicación del evangelio en casa de aquel centurión romano. Los judíos celosos de la circuncisión escucharon con atención y en un momento dado, Pedro les dijo: «Cuando comencé a hablar el Espíritu Santo descendió sobre ellos, tal como lo hizo sobre nosotros al principio». Esa era la señal que justificaba todo el episodio. La prueba de que Pedro no había obrado con ligereza, (le costó a él mismo comprender lo que había sucedido), la evidencia de que Dios había derramado el Espíritu como en el día de Pentecostés fue lo que puso fin a aquella discusión. Pedro se acordó que Jesús había hablado del bautismo del Espíritu Santo y que ahora lo identificaba con el derramamiento que había tenido lugar en casa de Cornelio. Los gentiles también habían sido bautizados en el Espíritu Santo y eso cerraba toda discusión.
El testimonio del Espíritu debe prevalecer sobre los prejuicios religiosos.