Mas el fruto del Espíritu es… gozo… (Gálatas 5:22).
El gozo del que hablamos es del Espíritu, por tanto, de la naturaleza de Dios, celestial y eterno. La consecuencia de un pecador arrepentido en la tierra es gozo en el cielo (Lc.15:7,10,32). Hubo gozo en la ciudad de Samaria después de que Felipe predicara el evangelio y el Señor confirmara su palabra con milagros (Hch.8:5-8). Jesús se regocijó en Espíritu cuando regresaron los setenta con gozo porque los demonios se les sujetaban, y él les dijo que debían gozarse más porque sus nombres estaban escritos en el cielo. En aquella misma hora vio caer del cielo al diablo como un rayo, y se regocijó mucho porque el Padre había revelado las verdades del reino a los niños (Lc.10:18-21).
El fruto del Espíritu es gozo. El gozo del Señor es nuestra fortaleza (Neh.8:10). Los discípulos que habían recibido la palabra a la predicación de Pablo y Bernabé «estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu» (Hch. 13:52). Discipulado, gozo y Espíritu todo unido. Había persecución también, pero el gozo del Espíritu superaba la aflicción de la oposición al evangelio. Los apóstoles, después de haber sido azotados y que les prohibieran hablar en el nombre de Jesús, «salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre. Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús como el Cristo» (Hch. 5:40-42).
Predicación, persecución, gozo, y volver a predicar es la secuencia normal en la vida del discípulo. Tal vez por ello en la iglesia occidental se ha cambiado el gozo del Espíritu por sucedáneos de entretenimiento carnal. Cuando no hay sufrimiento por el evangelio tampoco hay gozo verdadero. Aunque debemos estar siempre gozosos (1 Tes. 5:16), y manifestarlo como fruto del Espíritu, hay una dimensión superior de ese gozo cuando atravesamos periodos de persecución por el evangelio y el nombre de Jesús. Es el gozo de la identificación con Cristo en sus padecimientos y glorias. Es el gozo del amor por la verdad.
El apóstol Juan no tenía mayor gozo que ver a sus hijos andando en la verdad (3 Jn.4). Recibir la verdad, anunciarla, andar en ella y padecer por ella, es siempre motivo de gran gozo en la vida de los discípulos. El eunuco, después de entender la Escritura, creer en Jesús y bautizarse, siguió gozoso su camino (Hch.8:39). El gozo del Espíritu no es diversión carnal; se exterioriza pero no es irreverente. Es el gozo puesto delante de Jesús que le ayudó a soportar la cruz (Heb.12:2). Y es el gozo perpetuo sobre la cabeza de los redimidos (Is.61:7).
El gozo del Espíritu es fruto de una vida plena del Espíritu.