Mas el fruto del Espíritu es… benignidad… (Gálatas 5:22).
¡Que diferente es la vida cuando en lugar de maldad vemos benignidad! Una de las peores noticias que podemos recibir en la visita al médico es que han encontrado en nuestro cuerpo un tumor maligno. Por el contrario, cuando el mensaje es que lo hallado en las pruebas realizadas son células benignas la vida se torna dichosa. Es la misma diferencia entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu.
La manifestación de la benignidad en la vida de las personas nos acerca el cielo a la tierra; trae la presencia de Dios a nuestras vidas, y manifiesta en nosotros un olor agradable de vida que desprende su aroma a nuestro alrededor. Sin embargo, cuando un tumor maligno invade nuestro cuerpo es como tener el enemigo dentro de nosotros mismos. El cáncer son células rebeldes que se vuelven contra el cuerpo para destruirlo, así actúa el poder del pecado también.
Por su parte la bondad de Dios en nosotros nos guía al arrepentimiento, y éste a la armonía y el equilibrio que tantas veces necesitamos en las relaciones personales y familiares. El fruto del Espíritu es benignidad. Dios es benigno. El diablo es el maligno, su naturaleza es mala y busca nuestra destrucción. Su rebelión original fue transmitida al hombre a través del pecado de Adán. Por eso el evangelio es un cambio de naturaleza, de muerte a vida, de la potestad de las tinieblas, al reino de su amado Hijo, de maldad a benignidad.
El apóstol Pablo lo expone claramente en sus epístolas. «Pero ahora desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, puesto que habéis desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y os habéis vestido del nuevo hombre… Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestidos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros…» (Col.3:8-13).
Somos hijos de Dios, creados en Cristo como hechura suya, tenemos la naturaleza de Dios, y Dios es bueno, por tanto, el fruto del Espíritu en nuestras vidas será benignidad, bondad, alejados de la vieja naturaleza pecaminosa y carnal. Por eso está escrito: «No deis lugar al diablo», lo cual significa darle lugar a su naturaleza maligna, sino que seamos llenos del Espíritu, manifestando su fruto en toda nuestra manera de vivir. Esa es la vida cristiana normal.
La bondad de Dios nos guía al arrepentimiento y esa misma bondad es transmitida a la nueva naturaleza que brota de la unión con Cristo.