Capítulo 2 – EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE JESÚS
Capítulo DOS
EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE JESÚS
Continuamos ahora con un recorrido inicial en los Evangelios para ver la obra del Espíritu en la vida de Jesús. Todo el nacimiento del Hijo de Dios estuvo rodeado de la obra del Espíritu Santo. Desde su nacimiento virginal a su capacitación para la obra a la que había sido enviado, pasando por su tiempo de prueba en el desierto, y regresando luego en el poder del Espíritu.
- La concepción por el Espíritu (Lc.1:34-35)
- Movidos por el Espíritu (Lc.2:25-27)
- Jesús capacitado por el Espíritu (Lc.3:21-23)
- Llevado por el Espíritu al desierto (Lc.4:1,2)
- Regresando en el poder del Espíritu (Lc.4:13-15)
- El Espíritu para anunciar el evangelio (Lc.4:16-18)
- El tropiezo del vínculo familiar (Lc.4:22)
11 – La concepción por el Espíritu
Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús […] Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que soy virgen? Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:34-35).
La concepción del Hijo de Dios en el vientre de una joven judía, conforme a lo anunciado por los profetas de Israel, fue mediante la intervención directa del Espíritu de Dios. María recibió la visita especial de un ángel con un anuncio único en la historia de la humanidad. La joven razonó —una vez oído el mensaje de Dios— cómo sería posible semejante suceso en su cuerpo si no había conocido varón. Estamos ante la excepcionalidad de la concepción del único Hombre que ha nacido en esta tierra sin conexión con el pecado heredado de Adán. Y para ello no podía haber intervención humana, sino una acción directa del cielo mediante el Espíritu Santo. Jesús fue concebido en el vientre de María a través de una obra milagrosa y sobrenatural producida por el Espíritu de Dios. La salvación de Israel, y todas las naciones, necesitaba esta intervención única. Desde el principio es obra de Dios. Se necesitaba el vaso, el recipiente que «incubaría» la simiente de Abraham, nacida por el Espíritu para llevar a cabo la salvación a todas las naciones.
María comprendió que concebir en su seno sin haber conocido varón era un acto imposible, por ello el ángel le dio la respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti. La joven hebrea, instruida en las Escrituras judías, comprendió rápidamente que la acción del Espíritu de Dios ya se había producido en muchas ocasiones en la historia de Israel. El Espíritu vino sobre Moisés y los setenta ancianos; vino sobre Josué; actúo sobre los jueces de Israel y los profetas; por tanto, María comprendió que estaba ante un acto de la Providencia actuando sobre la vida de los hombres, en este caso, sobre ella misma. Y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. María dijo: hágase conmigo conforme a tu palabra, y la obra de redención fue activada en el tiempo señalado por el Padre. La encarnación del Hijo de Dios estaba en marcha. Todo el proceso necesitaba la operación del Espíritu Santo. También en el nuevo nacimiento necesitamos la acción imprescindible del Espíritu para concebir la vida de Dios.
La concepción de la vida de Dios necesita la acción del Espíritu para producir una clase de vida nueva alejada del pecado.
12 – Movidos por el Espíritu
Y había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón; y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y por el Espíritu Santo se le había revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu fue al templo… (Lucas 2:25-27).
Todo el proceso de salvación está impregnado de la acción del Espíritu Santo. Jesús fue concebido en el vientre de María por el Espíritu. Nació en Belén, según el Espíritu había anunciado por medio del profeta Miqueas. Los padres del niño cumplieron con la ley de Moisés llevándole al templo para circuncidarle al octavo día. Mientras cumplían con el ritual, el Espíritu se movió en la vida de un hombre justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel. Simeón fue movido por el Espíritu en ese preciso momento para ir al templo, se le había revelado que no vería la muerte hasta ver aparecer al Mesías prometido a Israel, la esperanza de Israel, la promesa hecha a los padres. Al ver al niño, supo por el Espíritu que era el salvador del mundo. Lo tomó en sus manos y lo bendijo, diciendo: Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz de revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel (Lucas 2:28-32). En el mismo momento y tiempo, estaba allí una mujer, llamada Ana, que no necesitaba ser movida por el Espíritu para ir al templo porque nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones. Y llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios, y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:38).
El Espíritu de Dios actúa y se mueve de diversas formas pero en una misma dirección. Dios usa a diferentes personas con distintos dones y funciones, pero siempre en la dirección que ha sido trazada por el Espíritu, para llevar adelante su plan de redención y consolación a todas las naciones. La vida cristiana está ligada desde su origen a la obra del Espíritu Santo. Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu. Todos los que son guiados por el Espíritu, esos son hijos de Dios. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de donde viene, ni a donde va, así es todo aquel que nace del Espíritu de Dios.
El movimiento del Espíritu en nosotros puede ser de una forma especial o en la vida cotidiana. Actúa en Simeón y en Ana, pero el mensaje es siempre el mismo y está centrado en la encarnación del Hijo de Dios.
13 – Jesús capacitado por el Espíritu
Y aconteció que cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado: Y mientras El oraba, el cielo se abrió, y el Espíritu Santo descendió sobre El en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido. Y cuando comenzó su ministerio, Jesús mismo tenía unos treinta años… (Lucas 3:21-23).
La concepción de Jesús en el vientre de María fue una intervención sobrenatural del Espíritu sobre ella. Siguió la confirmación de ser el Mesías mediante el testimonio de muchos testigos, entre ellos, Simeón, que movido por el Espíritu fue al templo; y Ana, que siempre estaba en el templo, por lo que el día que Jesús fue presentado ella estaba allí. Ahora tenemos el inicio del ministerio de Jesús a los treinta años, sellado por el testimonio del Espíritu sobre su vida y capacitándole para la obra que debía realizar. Jesús fue bautizado por Juan, hijo de Zacarías y Elisabeth, y una voz del cielo dio testimonio de que El era el Hijo amado a quién debían oír. Vemos que en todo el proceso de la encarnación y la manifestación de Jesús a Israel está presente el Espíritu Santo sellando cada suceso con la aprobación divina. El mismísimo Hijo de Dios necesitó la acción del Espíritu sobre su vida para poder desarrollar su misión. ¿Cuánto más los llamados de Dios necesitaremos el Espíritu en nosotros para cumplir con la tarea encomendada?
Jesús fue ungido con el Espíritu —nos dice el autor de Hebreos— porque amó la justicia y aborreció la iniquidad, por ello le ungió el Señor con óleo de alegría más que a sus compañeros (Hebreos 1:9). El profeta Isaías había profetizado de Jesús lo siguiente: El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los afligidos; me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del Señor… (Isaías 61:1-3). Y el apóstol Pedro les dijo a los gentiles reunidos en casa de Cornelio: Vosotros sabéis cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cuál anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El (Hechos 10:38).
Si analizamos la vida de Jesús en la tierra veremos que vivió en una dependencia absoluta del Padre y de la obra del Espíritu Santo en él. Luego enseñaría lo mismo a los suyos. Lo iremos viendo.
Necesitamos reconocer y recibir la obra capacitadora del Espíritu para vivir la vida cristiana sirviendo a Dios y al prójimo.
14 – Llevado por el Espíritu en el desierto
Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu en el desierto por cuarenta días, siendo tentado por el diablo… (Lucas 4:1,2).
¡El desierto! Un lugar que entierra a sus moradores. Ardiente sol por el día y frío aterrador por la noche. Un lugar de contrastes. Lo identificamos generalmente con la soledad y el alejamiento de los grandes proyectos humanos. Usamos la expresión «travesía por el desierto» para referirnos a un tiempo doloroso, alejados del verdadero sentido de la vida. Sin embargo, en la Biblia el desierto también es identificado con un lugar de encuentro, encuentro con Dios y con nosotros mismos. Los israelitas se encontraron con Dios en el monte Sinaí, rodeados de un ancho desierto, además de descubrir la inmensa insatisfacción que anidaban en su interior, confrontando su verdadera naturaleza de pecado y desobediencia.
Los profetas vivieron la experiencia del desierto con una diversidad de circunstancias. Juan el Bautista vivió en estos parajes hasta el tiempo de ser manifestado a Israel. En el texto que meditamos nos encontramos a Jesús llevado por el Espíritu al desierto (versión RV60) o en el desierto (LBLA). ¿Cómo es posible que el Espíritu de Dios nos lleve al desierto? Ese lugar depura nuestras almas; así fue para Moisés después de huir de Egipto y ser «enterrado» durante cuarenta años en el desierto de la región de Madián. El joven David, ungido rey por Samuel, fue empujado al desierto y las cuevas para huir de Saúl que lo quería matar. José fue entregado por sus hermanos a un desierto de envidia y aflicción, pero Dios estaba con él en medio de la soledad y las injusticias recibidas de sus hermanos.
Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, y pasados cuarenta días de ayuno fue tentado por el diablo. Por su parte Felipe fue sacado de un gran «avivamiento» en Samaria, para encontrarse en el desierto con un eunuco, oficial de la reina de los etíopes. ¡Incomprensible! Jesús, después de la experiencia de ser bautizado por Juan y oírse el testimonio inequívoco del Padre anunciando su complacencia en El, fue llevado por el mismo Espíritu al desierto. Hoy no queremos oír hablar de desiertos, sino de grandes luminosos anunciando nuestro nombre. Identificamos desierto con maldición y pobreza; mientras Jesús fue llevado a ese lugar siendo tentado para salir fortalecido y cumplir el plan de Dios. La secuencia es esta: llamamiento, confirmación, llenura del Espíritu, desierto, tentaciones y regreso en el poder del Espíritu.
El Espíritu nos puede llevar al desierto a superar las pruebas necesarias que nos capaciten para realizar la tarea encomendada.
15 – Regresando en el poder del Espíritu
Cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se alejó de El esperando un tiempo oportuno. Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca. Y enseñaba en sus sinagogas, siendo alabado por todos (Lucas 4:13-15).
No podemos olvidar que Jesús se hizo hombre. Era el Hijo del Hombre. Vivió, aprendió, padeció y fue tentado como hombre, en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por tanto, el desierto que acababa de experimentar había sido una prueba dura para él. El momento de máxima debilidad en su cuerpo fue aprovechado por el diablo para tentarle y tratar de torcer su camino desestabilizándole y orientando su vida en la autoafirmación alejada de la voluntad de Dios. El diablo acabó toda tentación de la que era capaz en esas condiciones. Lo intentó de múltiples formas, pero fracasó. Entonces cambió de estrategia, espero un momento más oportuno para seguir con el mismo propósito: desviar a Jesús de la voluntad del Padre orientando su mirada hacia sí mismo y sus necesidades. Jesús derrotó al diablo y salió fortalecido de la prueba. Volvió en el poder del Espíritu para iniciar su andadura por los pueblos y ciudades de Israel anunciando el evangelio del Reino.
Esa victoria de Jesús sobre el tentador fue conocida por las multitudes que levantaron alabanzas a su persona. Otro tipo de tentación. Las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella comarca, enseñaba en las sinagogas y era alabado por todos. Si el diablo no puede conseguir su propósito humillándote lo hará alabándote. Si la tentación se orienta hacia el desierto y la resistes, volverás a ser tentado, en este caso mediante las alabanzas de multitudes que afligirán tu alma con afectos difíciles de resistir.
A menudo comenzamos bien el desarrollo de nuestro llamamiento. Los primeros días y meses avanzan con rapidez llevando fruto y recibiendo halagos por nuestro crecimiento evidente. Sin embargo, en esos inicios podemos también hacer concesiones a las multitudes que hipotecarán nuestro desarrollo por el reconocimiento humano. Jesús venció toda tentación al inicio de su ministerio, lo hizo durante todo el recorrido y alcanzó la meta al final de su vida con esta oración: Padre, te he glorificado en la tierra y he acabado la obra que me diste que hiciera (Juan 17:4).
Ser llevado por el Espíritu al desierto, vencer toda tentación y regresar en el poder del Espíritu es una secuencia habitual del llamamiento.
16 – El Espíritu para anunciar el evangelio
Llegó a Nazaret. Donde se había criado, y según su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo, y se levantó a leer. Le dieron el libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio… (Lucas 4:16-18).
Una vez salido del desierto, vencida toda tentación, y lleno del Espíritu, Jesús se encaminó al norte de Israel, a la región de Galilea, llegando al pueblo donde se había criado: Nazaret, aunque se había establecido en Capernaún, donde al parecer tenía una casa (Mr.9:33). En esta ciudad ya había iniciado su ministerio haciendo milagros y predicando (Lc.4:23). Por tanto, le precedía la fama y muchos hablaban bien de él esperando verle hacer los mismos milagros en Nazaret.
El pasaje de Lucas 4 es muy rico en detalles. Fue a Nazaret, donde se había criado, y según la costumbre que tenía, entró en la sinagoga el día de reposo. Estando allí se levantó a leer, le ofrecieron el libro del profeta Isaías, y Jesús lo abrió deliberadamente por el capítulo 61. Una vez leído el pasaje cerró el libro, lo devolvió al asistente y se sentó. Los ojos de todos estaban fijos en él esperando alguna reacción o comentario. La expectativa era máxima. La rutina habitual de la sinagoga iba a romperse de un momento a otro, se palpaba en el ambiente. Entonces Jesús se identificó con el mensaje del profeta que acababa de leer y dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído. La lectura rutinaria de un día de reposo habitual en la tradición judía dio un giro inesperado. Jesús vivifica la palabra profética. Se identifica con ella. Anuncia su cumplimiento. El Maestro ha unificado la palabra revelada con el Espíritu que la vivifica. Contiene el evangelio anunciado por los profetas (1 Pedro 1:10-12) y manifestado ahora en la persona del Mesías.
Jesús fue lleno del Espíritu para anunciar el evangelio. El evangelio es la buena nueva para los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Es el anuncio del jubileo, el año de gracia, el día del favor de Dios para Israel y todas las naciones. El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio (Mr.1:14-15). Jesús fue lleno del Espíritu para predicar el evangelio, y lo hizo fundamentado en la palabra profética más segura. La respuesta inicial de sus conciudadanos fue positiva, pero pronto cambiarían de parecer…
Buscar la llenura del Espíritu no puede tener otro objetivo que anunciar el evangelio y hacerlo según las Escrituras.
17 – El tropiezo del vínculo familiar
Y todos hablaban bien de él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? (Lucas 4:22).
Jesús estaba lleno del Espíritu de Dios pero sus vecinos comenzaron a verle en su ámbito natural y familiar. El barro se opone a la revelación. Nuestra naturaleza humana tiene un arraigo cultural, social y familiar que en muchas ocasiones se levanta como piedra de tropiezo en nuestro deseo de anunciar el evangelio a los nuestros. Podemos estar llenos del Espíritu y demostrarlo con sabiduría y obras evidentes de nuestra transformación, pero los vecinos y familiares pronto activarán sus razonamientos humanos para recordar nuestra trayectoria natural.
Los vecinos de Nazaret, que estaban impresionados de Jesús, comenzaron a alabarle y reconocer que de su boca salían palabras llenas de gracia; pronto activaron su lógica natural para minimizar y rebajar la vida del Espíritu al nivel de sus propias limitaciones. Lo hicieron recordando a la familia carnal de Jesús. Abandonaron pronto la identidad del Jesús Mesías por el de uno de sus ciudadanos. José era su padre, y éste no tenía nada de especial, ¿por qué lo iba a tener uno de sus hijos? El Maestro lo percibió, conocía sus pensamientos y les reconoce que no hay ningún profeta que sea bien recibido en su propia tierra. Luego les recuerda dos episodios bíblicos de los días de Elías y Eliseo en los que las personas que fueron bendecidas por los profetas no eran del pueblo de Israel: la viuda de Sarepta de Sidón, y Naamán el sirio. Los vecinos de Nazaret lo interpretaron como una afrenta y provocación a su exclusividad como pueblo escogido, por lo que sus ánimos fueron transformados completamente. Dieron un giro de ciento ochenta grados. Los mismos que le habían alabado hacía un momento, ahora se llenaron de ira y quisieron arrojarle por la cumbre del monte para despeñarle. Andar lleno del Espíritu puede conducirnos a experiencias similares.
Paradójicamente, los familiares y conocidos suelen ser nuestros primeros adversarios cuando nacemos de nuevo. La vida en el Espíritu parece ser una provocación para quienes viven en la carne. El diablo traerá el recuerdo de nuestro pasado familiar tratando de robar la nueva vida del Espíritu. Si a ello le añadimos errores propios del inicio de la vida cristiana, la duda se puede convertir en un arma mortífera en nuestro desarrollo espiritual. Jesús aceptó la oposición de sus vecinos «y pasando por en medio de ellos, se fue…».
La vida en el Espíritu se pone a prueba siempre en primer lugar en nuestro ámbito familiar y social. Vencerla nos llevará a la madurez de la fe.