Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo (Hechos 8:14-17).
Algunos dicen que no se puede hacer doctrina de las experiencias del libro de Hechos, que son las cartas del NT las que marcan la doctrina a seguir. No estoy de acuerdo. La experiencia y la doctrina deben ir juntas. Y seguramente los oyentes de Pablo en sus cartas ya habían recibido las experiencias de ser llenos del Espíritu en el orden del libro de Hechos, por lo cual el apóstol lo que hace es avanzar en el desarrollo de la vida cristiana una vez habiendo recibido la palabra, ser bautizados en el nombre de Jesús (según dice el mismo Señor en Mateo 28:18-20 en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) y recibir la imposición de manos de los apóstoles para recibir la llenura del Espíritu Santo.
Ese orden se ve en diversos momentos del libro de los Hechos, lo iremos viendo más adelante. Pero la experiencia dice que los procesos no son iguales en todos los hermanos. La práctica usual de la primera congregación en Jerusalén fue la que estamos viendo desde el día de Pentecostés; se repitió en la ciudad de Samaria; mas adelante la vemos en casa de Cornelio y posteriormente en la ciudad de Éfeso. Por tanto debemos concluir que hay un proceso de experiencias en el libro de Hechos repetidas en los discípulos que recibían el evangelio. Ese proceso general era el siguiente: oían el evangelio, lo recibían o rechazaban; los que recibían la palabra se bautizaban, muchos de ellos el mismo día o poco después −fue el caso de la ciudad de Samaria−, y luego recibir la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo.
Estas experiencias eran comunes y formaban parte del inicio de la vida cristiana. Además comenzaban a congregarse, predicaban el evangelio y experimentaban oposición y persecución. Así fue en el inicio de la congregación en Jerusalén y otras ciudades. La vida del Espíritu fluía con normalidad. Había señales y milagros entre los discípulos, no circo o espectáculo carnal a mayor gloria de hombres llenos de sí mismos. Una vez que decae el impulso inicial las cosas comienzan a ser de forma distinta, y con ello las pretensiones de tener las mismas experiencias –forzadas en algunos casos−, sin que esté actuando el Espíritu de Dios sino el deseo de que todo siga igual que al principio.
Todo este desarrollo se ha complicado pero al principio no fue así.