El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quién vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A éste Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas; y también el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a los que le obedecen. Cuando ellos oyeron esto, se sintieron profundamente ofendidos y querían matarlos (Hechos 5:30-33).
El libro de los Hechos es el testimonio vivo de las consecuencias que operan en la vida de los discípulos cuando están llenos del Espíritu Santo. Todo el libro muestra la transformación de hombres y mujeres sencillos en testigos de la verdad mediante la obra interior del Espíritu en sus vidas.
En la ciudad de Jerusalén han tenido lugar unos sucesos que son muy evidentes para unos y un gran dolor de cabeza para otros. Esta ciudad, única entre todas las ciudades del mundo, fue testigo de varios de los sucesos más trascendentales que han tenido lugar en la historia mundial. En sus calles el cordero de Dios fue llevado al matadero. Se levantó una cruz para colgar en ella al Autor de la vida, y redimir así a personas de todo linaje, pueblo y nación. En sus aceras se oyó la voz de la resurrección del Hijo de Dios, allí fue levantado al cielo y en el mismo suelo tuvo lugar el derramamiento del Espíritu Santo, tal como estaba profetizado por el profeta Joel. Sucesos únicos que cambiaron para siempre la historia de todas las naciones.
Pues bien, también la oposición fue tenaz y resistente para apagar la voz que debía salir a todos los pueblos. En la firmeza de los apóstoles y los discípulos estaba en juego que el evangelio saliera hasta lo último de la tierra. Era necesario oponerse a las autoridades del pueblo que a su vez eran opositores de la voluntad de Dios. Pedro había dicho: Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. También dijo: El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús. No es una nueva religión, no es un nuevo dios, es la culminación de un proceso revelador del plan de Dios que había comenzado con el pueblo de Israel y tenía su continuidad a través del mismo pueblo.
La piedra de tropiezo era Jesús y su resurrección. Dios le había exaltado como Príncipe y Salvador para que Israel pudiera arrepentirse de sus pecados. Los apóstoles eran testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, que Dios da a todos aquellos que le obedecen. La llenura del Espíritu es para obedecer a Dios, y en esa obediencia está en juego nuestra propia vida, no es para el espectáculo carnal de quienes buscan circo en lugar de ser testigos y mártires para dar testimonio de la verdad revelada.
La llenura del Espíritu es por y para obedecer a Dios.